
El tiempo que no existe, muestra su insuficiencia y se detiene. Y por momentos estamos en una película, en Roma bailando una canción de amor, abrazados como si nos amaramos , a las 7 am en un cuarto alquilado al que llamamos casa. Y la música cambia y nos reímos a carcajadas y bailamos y jugamos “como en el lodo”, pero secos. Quizás nos amamos sin saberlo, quizás nos estamos amando, quizás no queremos verlo, quizás no hay tiempo para preguntarnos eso. Quizás simplemente no importa. Es perfecto así tal cual es.
~Momentos intercalados en el tiempo ~
¿Realidad o Ilusión?
Cuánto miedo nos da el amor, que tomamos todos los cuidados estúpidos que podemos con tal de mantener nuestra supuesta seguridad de control. Para no volvernos vulnerables, vulnerables al amor, al temor que nos da expresarnos. Vulnerables a la palabra dicha, al miedo de ganar o perder, o al miedo de solo jugar y la incertidumbre de lo incontrolable. El pánico de la mirada y la respuesta del otro, que no es otra que la nuestra pero proyectada, con los ojos de juez y verdugo de nosotros mismos y nuestro ideal de lo que queremos ser.
Tanto miedo nos da que vamos con pie de plomo al igual que quién sabe que está entrando en un pantano y cuenta milimétricamente los pasos antes de caerse en el fondo. Que valientes somos frente a la vida y las responsabilidades cotidianas pero que conservadores y miedosos nos volvemos respecto del amor.
¿Por qué no nos zambullimos a jugar en el lodo y divertirnos?
Saltando de un lado para el otro, explorando, acariciándonos, sumergiéndonos, experimentando…con la alegría que esta imagen nos produce, con júbilo espontaneidad y juego.
¿Por qué no? ¿Por qué tenemos miedo? ¿Por qué nos lastimaron? ¿Por qué no estamos totalmente seguros? Porque la vida es demasiado corta para hacer promesas que no sabemos si podemos cumplir o lo suficientemente larga para seguir esperando ese día de tener todas las seguridades en la mano, que casi nunca llega.
Y nos volvemos falsamente duros, desconfiados, calculadores, analizantes, muertos.
¿Alguna vez te intoxicaste con comida? ¿Has dejado de comer por eso?

Con él jugamos distinto.
Casi no nos conocemos. No hicimos todas esas preguntas iniciales que suelen hacerse cuando uno conoce a un desconocido. Pasado, futuro, profesión, relaciones pasadas. Identidades y etiquetas.
Nos damos la oportunidad de conocer a ese otro, que es ese ser que hoy tenemos en frente, no al que fuimos sino al que somos ahora, acá, durante estos microsegundos del viaje de nuestra vida. Aunque pronto aparecerían las heridas y las historias brotando de nuestros poros, porque eso somos también.
Pero no lo apuramos, lo dejamos que descanse dormido hasta que llegue el momento necesario de emerger.
No nos detenemos en nimiedades que no importan. Ambos estamos de paso aquí. Sabemos que nuestro tiempo es limitado, que ambos tenemos planes y direcciones distintas, que no hay promesas que hacer ni menos que sostener, que no hay obligaciones más que nuestros deseos ni expectativas que duren más que unas horas, divididas en días según la necesidad social de contarlo todo.
Con esas reglas, jugamos. Nos metemos en el lodo con la lucidez de quién sabe que el lodo está ahí pero solo por un tiempo corto. Lo miramos, lo reconocemos. Percibimos que quizás el lodo podría llegar a ser un charco de agua sin más, transparente como un espejo, donde nos podemos ver a nosotros mismos y donde estamos. Y aun así, inocentes y con sed de vida, con la valentía de quien sabe a lo que se enfrenta, creamos del agua lodo. La condimentamos con tierra sagrada, producto de la ilusión de la posibilidad de poder crear y la magnificencia de la vida que nos permite disfrutar de algo que depende de nosotros, que creamos y disfrutamos. Que no es sed para un sediento, porque no lo estamos. Es elixir, que elegimos beber como reyes porque podemos.
No hay promesas ni formalidades. No hay pasado ni futuro. No hay miedo ni expectativas que cumplir, ni propias ni las del otro, porque no hay tiempo para expectativas, y eso es hermoso. Solo hay presente y dos almas que conectaron, que se agradan, que eligen por un rato sumergirse en el mismo lodo-agua, que se dejan empapar y se mezclan sin más, sabiendo que el tiempo es finito y que el amor es un obsequio que se hacen a sí mismos. Que solo quieren nutrirse por lo que duren esos instantes de magia, como una bendición y un aprendizaje de finitud y consciencia.
No hay ataduras, hay libertad. La libertad de la nada y el todo al mismo tiempo, la libertad de ser uno y el disfrute que da expresarse. La noción del tiempo es solo una convención y en este nivel del mundo solo se ve lo que es real. Somos dos almas libres, que respetan al otro pero también a sí mismos. Que no podemos aferrarnos aunque quisiéramos, porque sabemos que todo es cambio y ya aceptamos las reglas de antemano.
El tiempo que no existe muestra su insuficiencia, y se detiene. Y por momentos estamos en una película, en Roma bailando una canción de amor, abrazados como si nos amaramos , a las 7 am en un cuarto alquilado al que llamamos casa. Y la música cambia y nos reímos a carcajadas, y bailamos y saltamos revoleando nuestras cabezas, y nos movemos, y jugamos como en el lodo, pero secos. Quizás nos amamos sin saberlo, quizás nos estamos amando en este momento, quizás no queremos verlo, quizás no hay tiempo para preguntarnos eso, quizás no nos hace falta saberlo. Quizás simplemente no importa. Es perfecto así tal cual es.
¿Al final no es eso el amor? Dar sin esperar nada a cambio, dar con felicidad, sin expectativas, con la inocencia de un niño pequeño que aun no entiende -o lo entiende todo- y solo hace lo que le da la gana. Amar sin tanta mente. Expresarnos sin especular. Decir te amo con la soltura, alegría y ligereza de un ave que levanta vuelo por primera vez, cada vez que despega. Sentarnos a soñar sin la necesidad de que eso se haga realidad. Soñar como niños, tirarnos con la espalda en el pasto eligiendo con todas las cartas sobre la mesa. Acariciarnos y reír, como si fuera gratis soñar.
Que diferencia entre eso y usar una escoba como caballo para ir en búsqueda de los sueños. Normalizar el amor. Que antes de ser doloroso es puro y hermoso, y nos hace más humanos y más vivos. Antes de corromperse por los miedos, los apegos y los deseos propios. La subversión que la sociedad le ordena y nosotros aprobamos. Ese amor disciplinado, el amor positivo, con orden, secuencias, niveles, etiquetas, condiciones y formatos podemos tirarlo bien a la mierda y reírnosle en la cara porque ese no es el amor. El amor es el de las escobas-caballo y atravesar campos de batalla sin miedo a caernos de la escoba.
¿Y si nos tiramos al lodo como cerdos y solo disfrutamos hasta que te vayas?
Eso hicimos durante los micromomentos que entran dentro de 2 semanas.

Commentaires