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La vida es hermosa

  • Foto del escritor: AV
    AV
  • 22 nov 2023
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 3 mar




Alex es la cocinera del breakfast del hotel donde trabajo algunas mañanas. El primer día que la conocí me dio un tupper con ñoquis con crema que casi superan a los de mi abuela.

Fue amor a primera vista ¿No querés venir a vivir conmigo? le dije.

Ella es de República Dominicana y es la ambientadora musical de esta mañana.Entonces hoy, nada de Charly Garcia, hoy suena música del Caribe y ella baila.

Esa música lo tiene todo, ritmo, sabor, carisma, swing, alegría. Es movimiento. Algo vibra en el aire, como si de repente las paredes se movieran como gelatina al compás de la música.

Con Alejo hablamos de política y nos quejábamos de los problemas políticos de Argentina. El mismo tema de siempre pero ahora desde otro país, con más facilidades y otros problemas.

Alex nos preguntó qué pasaba.  Le hicimos un resumen de una gran pelea entre dos bandos políticos y de cómo la frase “el amor vence al odio” que en un momento nos llenó el alma ahora se invirtió rozando la locura, que estamos casi por tener como presidente a uno de los alienígenas de Los Simpson disfrazado con campera de cuero, que quiere suprimir al Estado y entregar- nuevamente- nuestro país a los EEUU. Que desconoce a los 30.000 desaparecidos de nuestra imborrable dictadura cívico-militar y básicamente se caga en todos los derechos que conseguimos en nuestra cara.

Alex nos miraba con cara de confusión y no entendía cómo alguien podía votar eso para su país. Con Alejo tampoco lo entendíamos, pero creemos que es un cocktail de “derecha”, odio, insensibilidad, ignorancia y mucho cansancio dentro de una coctelera de terror que explotó fuerte, y no tuvieron el amor necesario para reconsiderar. 

Ella nos dijo que en Haití la gente no tiene para comer, que comen arroz día y noche, pero que al país no lo venden ni borrachos, que el pueblo no se doblega. Estos votantes no son el pueblo, pensé.

Nos contaba que República Dominicana todo está realmente carísimo, mucho más que en Argentina , que casi ya no se puede vivir me dijo. Con Alejo hicimos la conversión con las coronas danesas que eran nuestra moneda y realmente lo era. Alex le manda plata a su hija de 4 años que vive allá y a su familia. Mientras corta ingredientes con una cuchilla gigante para el breakfast habla por teléfono con el manos libres con alguien de su familia por horas. Nunca entiendo si me habla a mí o al teléfono.

–¡La vida es hermosa!, nos grita a ambas , a la del teléfono y a mí. Mientras la miro me lo repite confirmando efectivamente que me lo decía a mi también.

–¡La vida es hermosa! – le contesto mientras la miro sonreirme con una verdad inexplicable.

En eso la llama su hija y empieza a hablar con ella en inglés. Alex le dice que se cuide y que no lo haga renegar a su abuelo, que se porte bien. Saluda a su hija que estaba en un colectivo yendo a la escuela envuelta en un gorro de oveja blanca. Le dice que la ama y que la extraña mucho – pienso que probablemente tenga esa conversación cada mañana diciéndole lo mismo-. Los corazones rasgados del destierro, pienso.

¿Quién dice que es fácil estar afuera? Lejos de casa, lejos de esos seres que llamamos familia. Le pregunto si extraña su país. Me dice que a cada minuto. Instagram no habla de las historias rotas. De qué hacemos acá y las  inquietudes que nos marcaron. Las frustraciones, el extrañar y nuestra historia personal , que cuenta que nos pasó y cómo llegamos a dónde estamos ahora.

   



Cuando era chica mis viejos se peleaban mucho, a veces un poco extremo. Cada vez que las cosas se ponían difíciles y todo pintaba desolador mi viejo me miraba a los ojos y me decía: "No pienses que esto es la vida, la vida es hermosa, hay que seguir” y esbozaba una sonrisa que era más natural que la tristeza. No sabía que con ese gesto tan simple me estaba sembrando esperanza para toda la vida.

Alex corta el teléfono. No dice nada. Levanta el volumen del parlante de nuevo y se pone a cantar. Un hombre gris que estaba sentado en el hall del Hotel voltea su cabeza. La cocina brillaba en colores fluorescentes y la música controlaba el ambiente. Las trenzas infinitas de su pelo que le llegaban hasta la cola empiezan a moverse como un péndulo de lado a lado junto con su cabeza. Quiebra sus caderas con un swing pocas veces visto. Ni siquiera es latino, es caribeño. Los movimientos son casi mágicos. Hermoso de ver. La disfruto, no a la música sino a ella, bailando. Esa música no eran hits conocidos. No era reggaeton ni hip hop ni tampoco cumbia, o quizás era un poco de todo eso mezclado con un estilo increíble; esos que te llevan a imaginarte a una morocha en shorts abriendo y cerrando las rodillas riéndose a carcajadas en el medio de una calle de Centroamérica.

Y la música ocupa toda la cocina de nuevo, una cocina chiquita dentro de un Hotel en las afueras de Copenhague, pero que ahora se hace inmensa y se teletransporta por el aire al medio del Caribe. Y ella mueve sus caderas, y se quiebra toda, pero no de llanto sino de música, de movimiento, de baile. Ella y sus mil trenzas. Y con Alejo la admiramos brillando de nuevo, calentando el mundo, mientras su cuchillo sigue chocando contra el metal de las verduras.

Casi podía sentir el calor del sol en el cuerpo. Parecía que estábamos en la playa o dentro de una burbuja de luz solar amarilla.

De repente alguien de afuera me llama, tenía que volver al salón a trabajar. Atravieso la puerta hacia el comedor principal. Casi sin quererlo miro por los ventanales de vidrio hacia la calle y la ilusión se rompe. La realidad en escala de grises. El cielo, el metro, la acera, la lluvia. Copenhague siendo Copenhague. Parecía ”1984″ la novela de George Orwel, solo faltaban los señores con los mamelucos oscuros y las caras sin gracia. Y ahí fue cuando me di cuenta, en retrospectiva, que 5 minutos atrás estábamos en el Caribe…

El poder punzante de apreciar las cosas cuando ya terminaron. En eso sí que somos buenos…


___________________________

No me digas que la música no es la mitad de la vida. No me digas que la gente que elegís para caminar a tu lado no te influye. No me digas que la salida no es colectiva.

No me digas que no estábamos en el Caribe.



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