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Havan, magia india y purificación

  • Foto del escritor: AV
    AV
  • 6 ago 2024
  • 9 Min. de lectura

Actualizado: 4 mar



Pusieron unos ladrillos en el patio interno en forma de cuadrado. Arriba de eso, arena y unas tablillas de maderas para hacer la fogata. Llegó el brahmán, el sacerdote hindú del pueblo, con su bolsa cargada de ofrendas para el Havan: frutas, ghee (manteca india), curd (yogur), arroz, hierbas, semillas y frutos secos. Tomó su tiempo para preparar todo y convertir el patio trasero de un hostal en santuario.

El Havan es una ceremonia hindú de purificación y ofrendas al fuego y a los dioses mientras se recitan los Vedas, las escrituras sagradas del hinduismo. Es un augurio para la prosperidad, para atraer energía positiva y para alejar la mala. 

Eso era lo que iba a pasar en mi hostal- casa esa mañana . Me había levantado bien temprano 6 am para escribir e ir a mi clase de Yoga. Como suele suceder nada de eso pasó.

Shweta me dijo que iban a hacer una pooja de purificación, como solían hacer siempre con su familia. Automáticamente cancele mi clase, no hay nada que me guste más que las ceremonias indias. ¿Con que ayudo?- le dije. Si querés poder tomar un baño- me contestó. Purificación real, por adentro y afuera.


Pusieron unos ladrillos en el patio interno en forma de cuadrado. Arriba de eso, arena y unas tablillas de maderas para hacer la fogata. Llegó el brahmán, el sacerdote hindú del pueblo, con su bolsa cargada de ofrendas para el Havan: frutas, Ghee (manteca india), Curd (yogur casero), arroz, hierbas, semillas y frutos secos. Tomó su tiempo para preparar todo y convertir el patio trasero de un hostal en santuario. Los chicos del hostal le iban trayendo todo lo que él iba pidiendo en hindi…Leche, agua, pasto, hojas de árbol, hilo, platos metálicos para la ceremonia, velas, dulces indios, billetes de rupias indias y más ofrendas. Me hizo acordar a cuando preparábamos los zapatos y la comida para los reyes magos.

Todos estábamos sentados en el piso. Nithin estaba dándole forma a la expresión de Shiva en barro con sus propias manos, creando una figura redondeada. 

Robin y Shweta separaban los pétalos de las flores para las ofrendas y mezclaban una fuente gigante de semillas y hierbas para ofrendar. Me invitaron a acompañarlos.

El sacerdote prendió una vela de aceite y varios inciensos que empezaron a llenar el aire de humo santo. Solo eramos 5 personas incluyéndome. Shweta me hizo seña para que me siente a su lado.

Cuando todo estuvo listo todos nos cubrimos la cabeza con pañuelos como símbolo de respeto. Nos sentamos alrededor de la fogata junto a todas las ofrendas, las frutas y la presencia de Shiva, sobre una alfombra de colores que parecía de Las mil y una noche. Abundancia India.

De repente el patio trasero se convirtió en una auténtica ceremonia.



El sacerdote empezó a recitar los Vedas a la vez que le indicaba a Nithin todo lo que tenía que hacer y qué elementos tenía que agarrar y como. Él era quien iba a ofrendar. Entre cantos en sánscrito, Nithin empezó a colocar cada ofrenda dentro del plato metálico que contenía la representación en barro de Shiva hecha por el.

Primero virtio el agua, luego introdujo una semilla dentro de Shiva que fue cubriendo lentamente al compás de los rezos adecuados,  volcando lentamente una cucharita de curt y luego la ghee líquida. Uno a uno, fuimos agregando flores. El sacerdote le daba cada pequeña indicación y Nithin lo hacía. Había cucharas doradas de todos los tamaños y jarros metálicos con las formas más hermosas. Cada cosa se hacía con la correspondiente seriedad, detalle y amor, con la mano correcta, los elementos correctos y de la manera correcta. 

Nos pregunto uno a uno nuestro “buen nombre”-como dicen acá- y apellido materno de cada uno de los que estábamos. Luego nos llamo uno por uno para colocarnos los famosos hilos amarillos y rojo como pulsera, mientras recitaba bendiciones y nos pintaba un bindi rojo en la frente.

En el momento más importante de la ceremonia, el sacerdote empezó a recitar los mantras mientras hacía sonar la campanilla dorada. Shweta empezó a verter agua desde un jarro metálico hacia la mano de Nithin que sostenía una especie cucharilla natural hecha con hojas de árbol. El agua se deslizaba lentamente desde Shweta, pasando por Nithin hasta el plato metálico que contenía la expresión de Shiva moldeada en tierra. Muy despacio la tierra se iba fundiendo con el agua que caía y el yogur, y casi como una película la tierra se iba esparciendo, mezclandose con el agua a un ritmo hermoso y fluido. Parecía una pintura.

Los elementos se iban fusionando entre mantras de una forma hipnótica mientras el amor empezaba a invadir el aire. Shweta nos pasaba las flores para que cada uno ofrendara en los momentos que el sacerdote nos hacía la seña. Cada paso en la ceremonia era importante y todos estábamos muy expectantes.




Cuando toda la preparación estuvo terminada, el sacerdote colocó a Shiva junto las ofrendas y prendió el fuego. También agregó a su lado muchos billetes y los dulces indios recién comprados.


Sushmita miraba desde la puerta. Sushmita quiere decir “sonriente” y eso es lo que mejor la define. Ella es una chica nepali que trabaja en el hostal. La más religiosa de todo el lugar, la que ayuna todos los lunes y hace las ofrendas y poojas a Shiva diariamente.

¿No venís Sushmita? Tengo que trabajar- me contestó por lo bajo, pero no le creí. Yo quería que se siente con nosotros para la pooja y que la magia la bendiga a ella también con toda su devoción, pero no podía hacerlo, no era mi ceremonia. 

En un momento Shweta le hizo seña para que se siente. No se veía pero yo sabía que saltaba de alegría por dentro. Yo también saltaba por ella.

El sacerdote prendió el fuego. Esta era una de las partes más significativas de la ceremonia. Cada uno tenía un plato con semillas, frutos secos y hierbas mezcladas. Mientras el sacerdote recitaba en sánscrito cada frase de las escrituras sagradas todos nosotros respondíamos “Swaha” y  tirábamos las semillas al fuego,  con los dedos pulgar y mediano, para rápidamente volver a agarrar mas semillas para tirar en la frase siguiente. Así continuamos hasta que el sacerdote recitaba todo el discurso. Se volvía como un mantra y una acción meditativa.

El aire se llenaba de perfumes, el fuego se iba cubriendo con las hierbas y nosotros nos íbamos purificando. No puedo explicar la sensación, pero realmente sentía una purificación. Iba viendo como mi mente se iba llenando de amor y gratitud a la vez que se iba librando de las miradas de mi ego. Amor por mis amigos, amor por lo que estaba haciendo, amor por mi día a día, agradecimiento por la vida misma, por estar acá en este momento.

Mientras el ritual avanzaba aparecían sentimientos más puros, como si las capas de egoísmo, los problemas propios y el "polvo" fueran desapareciendo.  Podía sentir más plenamente, sin las miserias cotidianas y los miedos que nos genera el mundo. De repente, me sentí muy parte de esta familia y de esta "casa". Me surgió la sensación de que querer ser mas amor. ¿La has sentido alguna vez? Pensaba como poder ser mas amor con mis amigos, en mi vida cotidiana, cómo poder retribuir mas toda la gratitud que sentía en este momento. Hacer de mi espacio de enseñar Yoga algo más bonito, con más devoción, de compartir lo que sé con más confianza y más humildad para poder transmitirlo desde todo mi ser, para que los otros también puedan sentir esta magia que yo estaba sintiendo ahora. De cómo poder aportar un grano de arena más a este lugar. Me hable en otro tono y me miré de otra manera, una que era más amable conmigo misma. Me vi más poderosa, y todos los logros que había hecho. Me dije cosas lindas, me felicité, me agradecí y me llené de amor hacia mi misma.

¿Que podía pedir en esta ceremonia tan especial, sentada frente a un fuego sagrado con un sacerdote indio que invocaba a Shiva? Solo agradecí por tanto, porque este momento ya lo había hecho todo: mostrarme la abundancia de la vida que no vemos, y pedí que la guía me acompañe siempre también.



Shiva fué el primer Dios que he conocido aquí en India, en una estatua azul y enorme en Rishikesh, ubicada justo sobre el Ganga. Él me ha acompañado en cada parte de mi viaje desde que había llegado a India un año atrás. Lo había hecho también en los Ghats de Varanasi mientras navegaba a la luz de la luna, en la Montaña Arunachala cuando me enfermé y en miles de momento del viaje. Siempre le estoy eternamente agradecida por la protección en esos primeros momentos donde me sentía tan vulnerable e indefensa. Como para la gran mayoría, Shiva es uno de mis dioses hindúes preferidos.

¿De quién no?

Desde esa burbuja de luz donde me encontraba, miraba a mis compañeros y los amaba. Con Robin y Sweta habíamos tenido unas diferencias los últimos días. En ese momento todo había desaparecido. El fuego y la Pooja nos aunaba, borraba las distancias y nos permitía vernos desde adentro, por nuestra esencia y no por lo que estábamos haciendo en concreto en la "vida real". En ese momento éramos todos uno. La ceremonia no entendía de clases, ni regiones, ni países. Era para los migrantes, los indios, las clase baja, los clase alta… todos estábamos ahí. Sentí un triunfo para todas las clases, sentí la fuerza de cada uno y nos sentí llamados para dar lo mejor de nosotros.

Sentí muchas cosas esas tres horas que duró la ceremonia. Una liberación y mucha paz. No me había dado cuenta de cuanto mi cuerpo necesitaba esto, cuán grande estaba mi ego últimamente, cuan enfocada en "productividad" y tareas, que la ceremonia vino como recordatorio de que el ego puede- y debe– removerse. Casi nunca uno se da cuenta de todo eso cuando vive en su propia cabeza. Es necesario salirse un poco de ella para ver cuan "inmersos" en la peli estábamos. Y como si fuera obvio que tampoco podíamos ver desde adentro cuanto necesitábamos salirnos, India nos ofrece excusas y rituales constantes para proponernos eso: mirar "Lo Otro", que lo si importa, también.

Siempre me pasa eso cuando participo de alguna pooja. ¿Será quizás por eso que a todos nos gusta tanto?


Fuimos todos hermanos por un rato, todas nuestras manos eran iguales en ese fuego que borraba las diferencias. Me había olvidado del poder de la magia india. La recordé rápidamente

El amor fluía. Robin se sentó a mi lado y me dí cuenta cuanto extrañaba a mi hermano y lo que me gustaba verlo sonreír. Lo material no importaba, todo era abundancia ahí.

Éramos puro amor, vibrando en amor, pensando en amor. Sentía las vibraciones más fuerte que nunca, me sentía purificandome.


-¿Qué significa la palabra Swaha?- le pregunté a Shweta cuando la ceremonia había finalizado.

-Significa que dejamos en el fuego toda nuestra energía: la buena y la mala también, la ofrendamos. Soltamos todo y lo dejamos en manos del universo y los dioses, y así nos purificamos

Lo entendí sin saberlo. Así se sentía. Dijimos Swaha más de 100 veces, ofrendando semillas, Ghee, flores y todo lo que no tenía forma material, así que el trabajo que habíamos hecho había sido al menos movilizador. Era una una ceremonia pero también una meditación.

Swaha. Surender. Rendición. Ofrecer-te, vos mismo para hacerte cenizas y ser uno con el todo, de nuevo.

-¿Estás contento Robin?- le pregunté. – Todos los hindúes estamos contentos cuando hay pooja.– contestó

El sacerdote nos bendijo con agua y oraciones. Sumergió sus dedos en un dulce indio y nos lo puso en la mano junto con un poco de curd.

-Comelo- me dijo uno de los hombres. Eso hice… desafiando al destino.


Luego me dio la bandeja para que vayamos por todo el hostal repartiendo a todos el dulce como una bendición. Lo llaman prasad. Eso hicimos. Sumergí mi mano en el plato con la pasta dulce y con mis dedos llenos de Pooja tome una porción para cada uno y la fui poniendo en su mano derecha como un ritual. Ellos lo agarraban también con la mano correspondiente. Se sentía hermoso, como tener el poder divino de dar una bendición, porque eso era. Dando el prasad, mi bindi y mi pañuelo en la cabeza parecía India.


Cuando la ceremonia terminó me senté a comer con todos en la cocina-sótano, en unos de los rebordes de la pared. Había aires de fiesta y alegría.

Rada, la cocinera, me ofreció Alu Puri, la comida tradicional después de la Pooja.

-Comida sana - me dijo- sin ajo ni cebolla… -No era lo que el color naranja oleoso decía. Sabía que unas horas más adelante esa combinación detonaría mi estómago, pero ahora no importaba, era el compartir y parte del ritual de bendición.

Tome varios Puri,– algo similar a una torta frita – y las papas que flotaban en la salsa de color.

-Si un argentino te ve no te reconocería– le dijo Sushmita a Madhu en hindi para que ella me traduzca,  mientras yo comía con mi bindi, mi pañuelo en la cabeza y mis manos en el plato. -Pareces India- Me dijo Madhu. Todas nos reímos genuinamente en el mismo idioma.

La ceremonia terminó. Volvimos al mundo normal, al de los mortales, las cosas materiales y la superficialidad, pero quedo con el mundo de la magia y el fuego. El de los inciensos, las no fronteras, el amor expansivo, las vibraciones, la rendición, la conexión sin palabras… La Magia India.

–¿Cómo estas? –le pregunte a Shweta. Feliz, con buena energía. Todos los indios estamos felices y con buena energía después de la Pooja– me volvió a contestar.

No solo los indios… pensé.



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