
-“Rendición”- me dice – y de vuelta esta palabra llega a mis oídos. Balance y rendición, las dos palabras que me llegaron desde mi viejo en una charla que tuve con su alma. -“Lo único que podemos hacer es saltar, solo saltar, porque uno no sabe lo que hay más allá. Hay que confiar, no hay otra posibilidad. La mente va entendiendo con el tiempo. Es un proceso largo pero luego te conviertes en rey, Rey de reyes, y lo mundano ya no afecta”
15 de diciembre
Empecé a ir a meditar con el monje.
El lugar era bien local y estaba escondido en una calle de tierra con vista al Ganga. Me da un poco de desconfianza, pero algo de mí quiere seguir yendo.
Toco la puerta y me hace pasar. Es muy extraño, su cara me hace acordar demasiado a la de mi papá. Me sorprende y a la vez me distrae. A cada momento le encuentro más parecidos: su risa, su barba, lo separado de sus dientes. En estos momentos de incertidumbre esto me genera paz, me hace sentir que estoy en el lugar correcto.
¿Coincidencia o sincronicidad?
Paso a su habitación. Él estaba sentado en el piso con las piernas cruzadas. Eran las 8 am. Me dice que me había preparado un Chai y una biscuit, y me señala un rinconcito en el piso sobre la alfombra roja: un platito de metal tapado con otro platito de metal. El Chai aún estaba caliente. Para estos momentos odio tanto el Chai como estar en India y el tema del agua aún es una prioridad y un problema. Como ya saben, en India hay que tener recaudos con varias cosas, pero la más importante es el agua y todo lo que incluya agua o se lave con agua -que es básicamente todo-. Decile adiós a las ensaladas mi amigo y dale la bienvenida a la comida india bien cocinada: guisos y curries de arroz, lentejas, garbanzos y lo que se te ocurra.
Yo había llegado a India con un poco de paranoia, como todos. Del agua, de las bacterias, de la higiene y básicamente de todo, así que aún iba con mi alcohol en gel para todos lados, tratando de tocar lo menos posible- parece que mi mamá hizo un buen trabajo infundiendo caos y destrucción.- Dicen que necesitas un mes para acostumbrarte a India. Yo iba por el día cuatro. Así y todo, mi alma no concibe rechazar el gesto del monje, así que me tomo el Chai y me como la biscuit respondiendo con agradecimiento y cortesía mientras me encomiendo internamente a todos los santos.

La casita es muy humilde, aún está en construcción. Ahí dentro viven varios monjes en distintos cuartos. La vista es hermosa pero nos encerramos en su habitación. El cuarto es simple y pequeño. El piso está cubierto de una alfombra roja y tiene solo un colchón en el piso, unas mantas color naranja como su túnica, varios cuadros en blanco y negro de sus Gurús y otros de sus dioses en colores brillantes como es típico acá en India. La puerta del cuarto daba directo al exterior. Me pide que deje la puerta un poquito abierta para que entre algo de aire.
Me dice que vayamos paso a paso- Step by step- y me pregunta cómo medito.
Le digo la respuesta inspirada en “Comer, Rezar Amar”, mi película favorita.
-Sonriendo con el hígado– le contesto- y sintiendo que todo mi cuerpo sonríe con plenitud. Que cada célula de mi cuerpo vibra, se mueve de un lado a otro generando energía y luz, y sonríe, feliz y en paz.- Un poco cursi, lo sé, pero me encanta lo que ese conjunto de movimientos me produce. Amo mi meditación, pero por supuesto es imposible intentar no reírme por dentro dándole esa respuesta a un monje en su túnica naranja que me mira seriamente a los ojos con tono inquisidor.
No suena muy profesional.
Él me mira sin decir nada. Tampoco se ríe. Siento que le agrado y eso me da la confianza para ser yo misma. La verdad es que hice todo tipo de meditaciones, pero esa es la que más me gusta y realmente la siento. Realmente me da paz y felicidad. Es increíble cómo pueden cambiar tus emociones con el solo hecho de sonreír. La psicología y la ciencia lo prueban, pero no importa, sigue sonando bastante hippie, lo sé. No me dice nada pero siento que mis respuestas largas llenas de explicaciones empiezan a incomodarlo. Comenzamos a meditar . Me dice que me olvide de que él está ahí y que imagine que estoy sola. Eso me es fácil. Me imagino en medio de las montañas, en la cima del Kunjapuri Temple viéndolo todo. Las nubes están por debajo de mí y yo estoy sentada igual que acá en posición de meditación. Me hace llevar la energía al tercer ojo y se queda en silencio. Me pide que visualice un Dios y que lo ubique en el medio de mi entrecejo. Elijo la imagen de Shiva, con su cuerpo azul sentado de piernas cruzadas y las manos en chin mudra. Meditamos juntos en silencio un rato largo. Dice que tengo que conocer a su hermano que habla español y que vuelva al atardecer para otra meditación. Que vamos de a poco, que me va a enseñar pequeñas cosas.
Vuelvo a la tarde y conozco a su hermano. “Su hermano” no era su hermano de sangre sino una manera de decirle a su compañero monje y hermano espiritual- claro que me llevó un tiempo llegar hasta esa asociación-. Era un hombre grande, de unos 70 años, calvo y con barba negra en punta, también vestido de naranja como la mayoría de los monjes acá en India. Hablaba español con una mezcla de indio pero sorprendentemente claro. Estaba por desayunar un plato de arroz inflado condimentado con especias. Le dijo en hindi al chico que cocina que me traiga uno a mi también. Una vez más no puedo despreciarlo así que vuelvo a arriesgar mi vida por cortesía.
Me pregunta de dónde soy. Me dice que estuvo en Argentina, que tiene una escuela en Palermo Soho y saca un manual de Yoga en español. ¡Eso acá es oro puro! También me dice que conoce a Daisy May Queen, una locutora argentina que tenía un programa de radio muy famoso en los ́ 90: “Los 40 principales”– literalmente si mi infancia tuvo una cortina musical fue esa-. Cuando tenía 10 años, mientras mi mamá me llevaba a hacer tiempo en sus cursos de deportes, yo escuchaba en mi diskman recién comprado en Paraguay el tema “El rebelde” de La Renga, a todo volumen, coreando en voz alta, queriendo prender fuegos las escuelas y hacer pogo. Cosa que haría más adelante. No lo de las escuelas, sino lo del pogo.

Antes de venir a Rishikesh una amiga me había contado que Daysi May Queen había venido a vivir a Rishikesh. Que había dejado todo y decidió cambiar completamente de estilo de vida. ¡Y el monje me la quiere presentar!
-¿Cómo llegaste a Argentina?- le pregunté. Poder hablar en español era una bendición.
-Una chica que estudiaba Yoga me llevó hace un tiempo allá a ayudar a su madre y un tiempo después empecé a dar clases en una escuela en Palermo. Viví un año allá y aprendí español. Me ha gustado mucho.
Para esta altura ya estaba flipando rebosada de coincidencias. Estoy en Rishikesh, entró en forma random guiada por mi curiosidad en una casita sin terminar que no conoce ni Dios, con tres yoguis viejitos viviendo ahí y resulta que el tipo habla español, vivió en Palermo Soho y conoce a Daisy May Queen. Wow. Me sorprende la precisión y claridad con la que el universo maneja las conexiones.
El monje me empieza a preguntar cómo es mi rutina y me empieza a dar indicaciones.
–Lo primero que tienes que cambiar si querés hacer Yoga es tu comida. Este es tu trabajo, tu eres el maestro. No puedes meditar si la noche anterior comes mierda, – estas no fueron sus palabras textuales pero ese era el concepto que estaba ilustrando, y empezó hablarme de la comida Sátvica, la comida " armoniosa", vegetariana, alta en fibra y baja en grasas.-
La mente necesita estar enfocada. La comida que ingerimos nos influye, física, mental y emocionalmente. Sátvica significa esencia. Es la comida fresca, hecha con amor, sin conservantes ni procesados ni cosas agregadas. Según el Ayurveda, la antigua medicina india, son alimentos que le brindan equilibrio, pureza y claridad a nuestra mente y a nuestro cuerpo. Vienen directo de la Madre Tierra y los preservamos así, los más puros y naturales posibles. Nos dan equilibrio, nos calman la mente, nos aportan creatividad y liviandad para crear, para mantenernos lo más puro posible para que nuestra esencia se manifieste.
El resto de las comidas nos la quita, nos estresa, nos aporta energía muerta. (1)
Todo lo que comemos tiene efectos en nuestro cuerpo. Debemos tener consciencia sobre eso. Eso fundamental para nuestra salud, para meditar, para el Yoga, para todo y es nuestra responsabilidad y nuestra propia disciplina.
El Yoga es más que ejercicios. No hace falta que vayas a una escuela de Yoga, ni que hagas miles de asanas todos los días, basta con que hagas las asanas que necesitas según tu vida, tus puntos débiles, tu cuerpo y tu energía con la mayor consciencia posible.
Con algunas asanas cada mañana basta. Esto te prepara para la meditación.
La meditación es más que no pensar en nada y poner la mente en blanco. Yo te voy a enseñar a meditar “
Entra a su cuartito y trae un cuadernillo de Yoga en español con la dirección de Plaza Serrano, Argentina. Me río por dentro. Causalidades . Le pregunto si lo puedo leer afuera y me siento en una piedra enorme en frente del río. El lugar era hermoso y poder leer algo en mi idioma en India es algo para apreciar realmente. Me voy moviendo en búsqueda del sol sobre el río verdoso y las montañas. Ese fue el primer momento en que sentí paz desde que llegué a India.

El monje me empezó a hablar de no cortarme los bellos del cuerpo, de mojar mis genitales con agua para refrescar mis chackras cada mañana, de los baños diarios con agua fría de la rodilla para abajo para mantenerme en balance y luego de los codos hacia las manos y también las axilas y la nuca. De la limpieza de rutina diaria nasal, metiéndote agua por un orificio nasal con una recipiente plástico especial en punta y sacándola por el otro orificio; de limpiar los ojos abiertos debajo del agua y de otros rituales más. Yo lo miraba en silencio, preguntándome cómo iba a hacer todo eso teniendo en cuenta que el agua en India para mí aún era casi mortal. No me lavaba los dientes con agua de botella como muchos turistas hacen acá, pero meterme el agua corriente por la nariz era un montón. Las imágenes mentales de esos procedimientos se me volvían un poco complejos y difíciles de adoptar. Me habló de no tomar alcohol y de disciplinar mi conducta.
–Bueeeno, ¡pero cuando uno va a una fiesta una copita de vino te tomas!- y me río irónicamente de mi propio chiste buscando complicidad. No la encontré, por supuesto. El me mira y me contesta: –Alcohol nunca.
A estas alturas de haber llegado, sentada en este lugar hablando con un Yogui con pollera naranja, todo me lo tomaba con seriedad.
Entro un poco en pánico. Me costaba imaginarme haciendo eso cada mañana y más aún no tomar alcohol nunca más en mi vida. No era para nada realista.
Siempre fui una persona que si va a comer afuera lo único que sabe pedir es una cerveza fría. Agua tengo en mi casa y odio todos los tipos de té, así que sus palabras me empiezan a dar un poco de frustración adelantada.
Vuelvo al hostel con algo de resignación.
Ni bien salgo de su casa me cruzo con el yogui joven que tiene su espacio de Pranayama en la casa de al lado. También él viste túnica naranja. Estaba sentado en una silla en el medio del descampado. Era el mismo que me había pedido 700 rupias indias por una clase de Yoga y me sentí estafada.
Me pregunta qué era el mate que traía en la mano y empezamos a conversar de espiritualidad, como pasa siempre.
Su inglés era claro, le entendía lo que me decía. Eso era un montón.
Le cuento que había renunciado a mi antigua vida, que había venido solo con un pasaje de ida y que no sabía bien que iba a hacer después de esto en realidad. Que India era como una bisagra para mí, que podía sentirlo. Le expliqué que necesitaba responder muchas preguntas propias y volver a entrar en balance conmigo misma, porque me sentía perdida en la nebulosa de mi mente.
– Rendición- me dice- Surrender– una vez más esa palabra llega a mis oídos: balance y rendición, las dos palabras que me llegaron desde mi viejo en una charla que tuve con su alma. -Lo único que podemos hacer es saltar, solo saltar, porque uno no sabe lo que hay más allá. Hay que confiar, no hay otra posibilidad. Para eso es importante encontrar un Gurú en quien uno confíe ciegamente, sin preguntar el porqué, el cómo, el para qué, solo confiar: el Gurú llega cuando el aprendiz está preparado, ni antes ni después. Por eso las escuelas son una mentira, no se puede enseñar Yoga en general a 50 personas juntas; los secretos no pueden ser revelados a cualquiera. Cada aprendiz tiene un límite de lo que está capacitado a aprender y un momento determinado en ese aprendizaje , y el maestro solo enseña lo que el aprendiz es capaz de aprender, poco a poco y a su tiempo. Poco a poco …- me repite cortando las palabras, como si supiera la velocidad de mis pensamientos– La mente va entendiendo con el tiempo. Es un proceso, pero luego te conviertes en rey, Rey de reyes. Lo mundano ya no afecta.

Era mi cuarto día, aún estaba asimilando estar acá. Mi sensibilidad seguía desbordada y en búsqueda de algún calmante en forma de pista que me ayude a entender por dónde arrancar. Casi igual que los últimos dos meses, pero ahora sumado al hecho de estar sola en India sin que nadie lo sepa, tratando de encontrar respuestas profundas en una ciudad plagada de turistas y falsos vendedores de Yoga. Encontrarte acá parecía un desafío más complejo de lo que parecía.
Yo lo escuchaba atenta tratando de entender.
Tenía un objetivo muy real ligado a una necesidad de superviviencia, así que de verdad trataba de entender lo que él me decía. Cuando estas perdido cualquier palabra de un yogui con túnica en el medio de una ciudad mística y un río sagrado se vuelve algo prometedor.
Lo miro. Empiezo a pensar en mi vida, en lo que me gusta, en lo que hago para pasarla bien. Pienso en mi adicción por una buena cerveza helada a toda hora muy bienvenida, en un asado con amigos y un rico Fernet con Cola. En lo que amo salir a bailar, menear hasta el piso y volver exhausta cuando la disco esta por cerrar. En la música, la noche, el rock and roll, el sexo, en lo que me enciende una buena dosis de fiesta y los cigarrillos y los tragos que van acompañando a todo eso. No se ir a un restaurant y pedir una bebida que no tenga alcohol después de las 12 del mediodía. Odio el té. Amo hacer chistes superficiales y burlarme de las conversaciones serias con amigos. Me aburre la disciplina de una vida estructurada, me guío por mis instintos como si no existiera un mañana y olvido las responsabilidades con facilidad cuando algo me atrae. Mientras todo esto viene a mi mente en forma conjunta- como de costumbre-, lo sigo escuchando… Se me empiezan a caer las lágrimas, reconociendo esa parte de mí que ama los placeres estúpidos, mundanos y sin sentido. Esos mismos que me hacen olvidar que a veces simplemente no encuentro el sentido.
¿Los amo o me poseen? No cambia mucho el resultado a la hora de intentar controlarlos. Soy como un conejo saltarin que vive el hoy "burlándose" de todo y es difícil de domesticar. En realidad de lo único que me burlaba quizás era de mi misma, porque esa no era completamente quién yo era, sino que también era un recorte, una pantalla y algunos mecanismos de defensa encajados a la perfección.

Lo miro con cara de desesperación, sentada en cuclillas al lado de una vaca en medio del descampado.
Le digo que no se si estoy dispuesta a perder todos los placeres de la vida, a dejarlo todo y convertirme en Yogui - de verdad me lo tomaba en serio-. Lo que me decía tenía realmente sentido para mí.
– Hay que estar dispuesto a perder muchas cosas para conseguir otras. Requiere esfuerzo y hay que saltar- repite de nuevo. Me hace acordar a mi psicóloga con un estilo místico y espiritual, pero no menos punzante ni doloroso por eso.
Dejo mis cosas en el suelo y me siento al lado de él con resignación y vulnerabilidad. Valía la pena escucharlo un poco.
Le convido un mate mientras acaricio a la vaquita que estaba cerca nuestro. Ya me sentía en confianza.
A esta altura de la vida, ya me venía dando cuenta que todo este mundo es una farsa, que estamos jugando entretenidos, sedados en una realidad irreal que ciertamente es una puta ilusión para distraernos de lo que verdaderamente importa. Como un juego de niños. Que nos desvelamos y nos perdemos en cosas sin sentido complicando nuestras vidas, tratando de alcanzar falsas promesas que nos llevan a la infelicidad y una rueda de hámster que nunca termina. Que pocas veces podemos escaparnos de ese círculo perfectamente controlado y que cuando lo hacemos, entramos en pánico y somos condenados por la sociedad con el dedo acusador de la locura por apartarnos del camino. Y principalmente- quizás lo mas preocupante de todo-, somos condenados por nosotros mismos. Por sentir que lo que hacemos no tiene sentido, solo porque no se adapta a los estándares capitalistas y de productividad que nos inculcaron. Y luego sentimos culpa y la extrañeza de qué mierda estamos haciendo con nuestras vidas.
Una parte mía realmente sentía en lo profundo que había que dejarlo todo y tomar otro camino en forma drástica- sí, siempre así de dramática-, pero convertirme en yogui y dejarlo todo me daba un poco de miedo.
-No se si quiero resignar todos los placeres, ( ¡con lo que disfruto del placer! ).
Podría si quisiera , pero no se si quiero...
Se lo digo y lloro. De verdad lo evaluaba. De verdad estaba con ese grado de desesperación.
Pienso en mi vieja y en las relaciones que debería sacrificar para seguir ese camino. Puedo encontrar verdad en sus palabras y eso me afecta.
-No sé si estoy lista para dejar la vida normal y convertirme en yogui o en sadhu- monje- Nadie me lo estaba pidiendo tampoco, pero ya lo dije, mi mente va rápido.
Me dice que no hace falta ser tan drástico, que hay yoguis que se permiten comer carne o mantener relaciones sexuales, que el punto tiene que ver con poner los propios límites y saber elegir, cuando si y cuando no. Que de todas maneras, "es lindo caminar por los caminos de los maestros, aunque solo sea por un momento, aunque solo sea por caminar".
Me gusta él. Le agradezco por sus enseñanzas. Me dice que él no es un maestro, que no llegó a eso aún, que "esto" es sólo compartir. Entonces le agradezco por compartir.
A la noche vuelvo a la casa del monje para otra meditación como me había pedido. Me dio un poco de miedo pero tome los riesgos.
-Hagas lo que hagas no dejes de meditar. Eso te da poder. Los amigos y la gente van y vienen, pero tu poder personal es lo que va a estar contigo siempre. Vivimos en un mundo, pero pertenecemos a otro. Nos debemos al mundo espiritual, no pierdas eso de vista. Hay que desapegarse de este mundo, no dejarse atar por las cosas materiales. Ese es nuestro desafío y el compromiso con nuestra alma. Ese es el motivo por el que venimos a esta vida. Hermoso. Quería abrazarlo, pero por supuesto ni siquiera atiné a eso. Nos despedimos. Le digo que quiero dejarle una donación y me señala una esquina donde tenía su pequeño santuario con su Gurú, velas e inciensos. Doblo unas rupias y se las dejo apoyadas en el rincón. Lo saludo y me retiro.
“Vivimos en este mundo, pero pertenecemos a otro” me repito a mi misma mientras miro las vacas acurrucadas descansar en la arena. Me doy cuenta que este camino va a ser largo y esto recién comienza.

Se las reconoce como Las Tres Gunas: Sattva, Rajas y Tamas y son cualidades esenciales del universo. Las podemos encontrar en todo lo que lo compone y todo lo que nos compone, y entonces, en nuestra vida diaria.
Sattva( pureza) es la energía vital con la que nos despertamos cada mañana, la que nos mantiene conscientes y alerta.
Rajas( acción) es la energía del movimiento, del cambio, de la actividad.
Tamas( inercia) encarna la "estabilidad", pero muuy fácilmente puede hacernos sentir cansancio, pesadez y fatiga. También puede producir inmovilidad, confusión y estancamiento.
Comprendiendo un poco esto, podemos entender que cada energía tiene una función en la totalidad y el equilibrio de nuestro cuerpo y mente. Sin Tamas no hay descanso, sin Rajas no hay actividad y sin Sattva no hay consciencia. Entonces cada una de estas energía son necesarias para todo individuo y la magia tiene que ver con conocerlas y manipularlas para lograr una armonía en nuestra vida.
Estas energía son universales y podemos encontrarla en todo, en los alimentos también. Entonces podemos utilizarlos como herramientas para lograr los estados que queremos y necesitamos.
La comida sátvica es esencial para los yoguis. Impulsa una mente clara, armónica, un equilibrio natural, una espiritualidad consciente y una vida pura, simple y saludable. Los alimentos sátvicos son elementos frescos, frutas, verduras, granos integrales, frutos secos y semillas, hierbas, leche, entre otros. Promueven sentimientos sanos, compasivos, de austeridad y simpleza.
La comida rajásica desencadena actividad y agitación. Según el Ayurveda, aumentan las pasiones y entonces también incrementan la ira, la inquietud, el desorden y el descontrol de nuestras emociones. Son alimentos picantes, salados y ácidos. Son los estimulantes, los "tentadores" y los que nos generan más apego como el café, el té, el alcohol , la cebolla y el ajo, entre otros.
Hacen que nuestra mente esté más agitada y susceptible a la tentación.
Los alimentos tamásicos promueven la oscuridad y la confusión. Son los alimentos fritos, procesados, congelados, recalentados como también la carne, quesos, huevos y alcohol, entre otros. Consumidos en exceso producen pesadez, embotamiento y sueño. Favorecen la depresión y puede provocar afecciones.
Quizás el secreto entonces está en conocer un poco más sobre esta sabiduría ancestral pero cotidiana y simple, para saber cómo y cuándo combinarlos según nuestra constitución particular y nuestra doshas ( nuestro tipo de constitución según el Ayurveda) para lograr armonía y más consciencia en nuestra vida. Entender que los alimentos que ingerimos no solo afectan a nuestro cuerpo sino también influyen en nuestra mente es también una de las mayores herramienta para comprendernos y conectarnos con nosotros mismos ♡
Los invito a leer un poco más sobre Ayurveda, Doshas y la importancia de una alimentación consciente. ↩︎ ________________________________________ Gracias desde ya por querer expandir tu consciencia.
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