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6 ~ Havan, ritual de purificación.



En el lugar había distribuidos varios pequeños fuegos dentro de unos espacios de cemento que los contenían. Alrededor de cada fogata se ubicaban algunas personas, casi todos monjes. La mayoría eran niños, minimonjes de un metro de altura. Sentaditos, cantando mantras, con los ojitos cerrados y las manos en Namaste sobre su pecho, sonriendo con una calma que no puedo explicar. Mirarlos me llenaba el pecho de amor. Me dejé perder en su mirada y en la paz que me contagiaban sin saberlo”

11 de diciembre.


Me levante siendo mi cumpleaños. Juanita quería llevarme a desayunar a un café cercano. Yo quería perderme sola, así que eso hice.


Madrugamos y fuimos a una clase de Yoga al Ashram del Parmarth Niketan a las 7 am. Las calles de Rishi estaban tranquilas y calmas a esa hora de la mañana. No había nadie más que las vacas y algunos vecinos barriendo la vereda de un pueblo al amanecer. En realidad lo que barrían es una parte de la tierra de la calle, porque acá no hay las veredas. Agachaditos, con sus escobas pequeñas de paja de un metro de alto que los obliga a inclinarse de pecho hacia la tierra. Cómo deberíamos todos vivir, agradecidos.

El Parmarth Niketan es el Ashram famoso por el Aarti y sus dos Gurús. Un hombre indio de barba prominente y una mujer americana relativamente joven, que un día vino de vacaciones y al pasar por Rishikesh nunca más se fue.

India está lleno de Ashrams. Son espacios físicos con perspectiva comunitaria donde las personas se retiran para conectar con sus propias practicas espirituales: Yoga, meditación, estudio, trabajo desinteresado, practicas devocionales. Son "burbujas" con distintas temáticas según el maestro que lo guíe y se orientan a fomentar una vida tranquila, sencilla dirigida a la instrospección y al crecimiento espiritual En este Ashram iba a hacer un retiro sobre los Yoga Sutra de Patanjali, que es como la Biblia del Yoga. Los fundamentos espirituales que van mucho más allá de las asanas (posturas) y de lo que creemos que el Yoga es. Cuando el Yoga llegó a occidente se transformó en una disciplina del cuerpo, que a veces hasta se enseña en los gimnasios pero que poco se relaciona con su verdadera filosofía y su esencia: la unión cuerpo-mente-espíritu pero también la unión del Ser individual y la divinidad, la dirección para alcanzar la verdadera liberación del alma y la paz que todos buscamos. Es una elección y una forma de vida, no solo flexibilidad y posiciones contorsionistas como mal entendemos. El Yoga es mucho más profundo que eso. Yo estaba buscando justamente eso, entender un poco la filosofía detrás del decorado.


Mi viaje a India tenía como premisa trabajar conmigo misma, responderme algunas preguntas -varias preguntas en realidad-. Para eso necesitaba paz y claridad mental. Nada más opuesto de lo que sentía en ese momento, así que sentí que el Yoga era el primer paso para estabilizar mi mente y mi cuerpo, para empezar a buscar un equilibrio. El paso siguiente era hacer un Vipassana, un retiro de 10 días de meditación y silencio en un monasterio budista, así que estos eran los preparativos para lo que se venía.

El Ashram era un lugar grande con un pasillo lleno de dioses hinduistas y fuentes de agua al aire libre. Éste terminaba en una vista hermosa de las montañas, con un cartel que decía “Bienvenido a tu casa en los Himalayas”. Está lleno de jardines con salas de meditación y cuartos de hospedaje para los que hacen retiros. Es un espacio público lleno de bancos para sentarse a tomar el sol, habitados por seres de todos los estilos: monjes, peregrinos, turistas y monos. Siempre monos y palos escondidos en lugares estratégicos para usar en defensa propia. Mejor dicho, para que los lugareños que saben cómo los usen en defensa propia y ajena cuando escuchan algún grito desesperado. Los que no somos lugareños solo corremos y gritamos pidiendo ayuda.

Las esculturas con dioses hindúes en color azul están por todos lados, son algo parecido a dibujos de caricaturas. Y así ves al Shiva danzante en el centro que te da la bienvenida al Ashram. Había otra galería detrás de un vidrio donde los encontrabas a todos juntos uno al lado del otro. Ganesha (el Dios elefante), Hanuman (el Dios mono), Parvati, Vishnu, Krishna y otros dioses hinduistas aún más antiguos.

Las vibras ahí eran muy espirituales. Hay una escuela de monjes para niños que viven ahí y se pasean con sus túnicas naranjas por los jardines ayudándote con lo que necesites. Hacen los mismos chistes y juegos que los niños de su edad pero vestidos de monjes, entonces solo por eso parecen “más serios”, pero de repente los encontras sacando sus picardias haciendo alguna tontería, lo cual es aún más tierno.

Me dijeron que después del Yoga había una ceremonia de fuego, de purificación y ofrenda a la madre naturaleza. Fuego y Pachamama. Obviamente fui. Era un pequeño patiecito al aire libre, encolumnado por dos árboles gigantes,  extremadamente viejos con troncos enormes y lianas colgando. Transmitían sabiduría con solo verlos. En medio de ellos el Gurú del Ashram, sentado en posición de meditación con su túnica bordó, su barba prominente y su pelo enmarañado estilo afro.

En el lugar había distribuidos varios pequeños fuegos dentro de unos espacios de cemento que los contenían. Alrededor de cada pequeño fuego se ubicaban algunas personas, casi todos monjes. La mayoría eran niños, minimonjes de un metro de altura. Sentaditos, cantando mantras, con los ojitos cerrados y las manos en Namaste sobre su pecho, sonriendo con una calma que no puedo explicar. Mirarlos me llenaba el pecho de amor.

Me dejé perder en su mirada y en la paz que me contagiaban sin saberlo. No tenían más de 10 años, pero parecían de 6. Sus cuerpos son muy chiquitos pero su energía vibraba por los aires con una frecuencia increíble.


Me acerqué al patio tímidamente y automáticamente me indicaron un fuego para sentarme.  Me senté alrededor del fuego sentada sobre mis rodillas en una alfombra de paño rojo. Los mantras eran hermosos. Todos cantaban moviéndose lentamente hacia los lados o en forma circular con los ojitos cerrados. Los fuegos, los árboles, el olor a madera y semillas quemadas, el ambiente y el monje calvo sentado al lado mio que me daba la bienvenida con una sonrisa perfecta dentro de una boca enorme. Me sentí parte de eso casi automáticamente.



Sin saberlo, esa ceremonia iba a ser parte de todas mis mañanas de mi estancia en el Ashram. El Havan es una ceremonia sagrada hindú donde se hacen ofrendas al fuego para purificar el ambiente y a quien lo realiza. Es una práctica espiritual de limpieza que va acompañada de poderosos mantras en sánscrito durante lo que dura la ceremonia.

Se ofrecen distintos elementos: hierbas medicinales, semillas, madera, frutos. Los minimonjes se acercaban uno a uno y nos ponían en las manos pétalos de flores, para decorar el borde de donde se encontraba el fuego. Así que cada uno tomaba los pétalos de colores y decoraba el pedazo de bordecito de cerámica de donde estaba sentado, con movimientos lentos y meditativos, eligiendo cada lugar para los pétalos con el amor y dedicación que la situación requería. Luego venían de nuevo y nos llenaban las manos con semillas que debíamos agarrar cuidadosamente con el dedo del medio y el pulgar, y arrojar al fuego cuando se pronunciaba una estrofa específica de la oración: “Swaha”, reforzando la ofrenda a los dioses. Ahí todos entonábamos a coro. Los mantras,  el humo y los olores te penetraban hasta el alma. El monje al lado mio me iba a enseñando que hacer a medida que la ceremonia avanzaba, yo solo abrí mi corazón a esa energía que flotaba en el aire y me dejaba embeber por ella. Aún no podía creer estar viviendo eso. Después de repetir varias veces ese ritual, los minimonjes venían y nos llenaban las manos con arroz que volvíamos a lanzar al fuego. Todos los niños llevaban marcas de colores en la frente, algunos similares a los bindis de color rojo o amarillo, otros lineas horizontales amarillas en honor a Shiva que les ocupaban toda la frente.  Me acerqué a uno y le pedí que me lo hiciera y marco mi frente con ceniza del fuego sagrado, el fuego del Gurú.

Cuando terminaron los cantos, el monje calvo se acercó al fuego grande, donde estaba el maestro. Puso sus manos sobre el fuego como quien se calienta las manos y pasó sus manos sobre su cabeza como acariciándose. Así tres veces. 

Es una purificación para el aura– me dijo. Me acerque, lo copie y deje que ese fuego me purifique también. ¿Cómo no sentirte más en paz después de todo eso?



Es imposible que estar acá no te toque alguna fibra sensible . Estando en India se necesita muy poco para que todo se vuelva místico y espiritual y uno empiece a querer saber sobre qué es eso y se encuentre rápidamente haciendo rituales hindúes que no comprende muy bien, pero sentimos que cierta magia se esconde ahí.  Esas promesas de divinidad que percibimos en quienes lo ejecutan, en aquellos que de verdad lo creen.

Es tentador. Ves su paz y querés un poco de ese éxtasis. No entendemos bien cómo funciona ni qué es, pero queremos un poco también de esa magia.

-No es un pase de magia- me dijo el monje- es dedicar tiempo a Dios, es el tiempo que yo dedico día a día a la espiritualidad y a la purificación de mi alma.

La palabra Dios todavía es algo extraña para nosotros. Muchos ya nos volvimos laicos por el rechazo a la forma que tomo religión en nuestras culturas. Un símbolo estereotipado de fábulas, cruces y dogmatismos, pero eso es solo una forma cerrada, rígida y errónea de entender la espiritualidad. En realidad, Dios es otra cosa y con el tiempo, te das cuenta que ese lugar de Dios puede tomar distintas formas en cada persona, y que no es una palabra acabada sino la expresión del poder universal mas puro y supremo que esta por encima de todo o que existe. Esa fuerza que nos interconecta. Dios, Universo, Energía, Cristo, Ganga o Shiva. Es el poder y el sentido que todo eso significa, y el lugar que le damos en nuestra vida a esa entidad todopoderosa mas grande que nosotros mismos. La mayoría venimos acá buscando eso: paz, fe, esperanza, conexión, algo más allá de nosotros mismos y cualquier cosa que se desprenda de esas líneas. Es fácil creer cuando estás acá. La energía te entra por los poros aunque seas ateo. Es fácil sentir algo, a menos que seas una estatua de piedra caliza y hayas venido a India sólo a sacarle fotos al Taj Mahal,- que por cierto es una construcción no hindú donde luego de ser terminada la obra le cortaron las manos a todos los que participaron en ella para que no pudieran volver hacer nunca nada igual a eso- . Así que no vengan solamente por el Taj Mahal…Si vienen a India vengan por la espiritualidad. Es lo mejor que tiene India. El resto es un kilombo.



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