
Era de noche. Atravesamos los patios traseros de varias casas y llegamos a la calle principal, que era una callecita repleta de gente, monjes, vacas, puestitos callejeros de comida y locales de estatuillas de dioses hindúes. El humo a incienso y las canciones de mantras inundaban todo el ambiente. “Ommm Namahhh Shivaya, Ommm Namahhh Shivaya” Para mi todo era nuevo: las caras, los colores, las vacas, los cuerpos, la gente. Me sentía un película.
10 de diciembre. Juanita me levanto para ir a Yoga 7 am. El chico indio que daba la clase miraba a una pantalla con sus alumnos online que parecían ser más importantes que nosotras. En la clase real éramos solo yo y Juanita. Él hablaba inglés. Nuestro inglés no era muy bueno; él de él tampoco. A Juanita le estaba costando seguirlo así que estaba haciendo cualquier movimiento menos lo que él decía. Él repetía y volvía a darnos las indicaciones como si no le entendiéramos. No le entendíamos. Yo trataba de esconder mi risa cada vez que él se acercaba a corregir a Juanita haciendo cualquier posición.
Juani sale y se pinta los ojos con delineador en un vidrio de la calle. Me llamaba la atención la naturalidad con lo que lo hacía. Yo trataba de mimetizarme con la cultura, me tapaba los hombros y usaba ropa holgada tratando de pasar lo más desapercibida posible.
Ella seguía con su estilo despampanante de manera impune.
Las mujeres indias la miraban. Todos la miraban. Juanita es hermosa, por fuera y por dentro. La primera vez que la vi me pareció una rubia cool que no entendía nada de la vida más que ir de compras, pero después me capturó la naturalidad y la frescura con la que andaba. Tenía una energía alegre y curiosa. Se movía rápido y no paraba de sonreír. No hubiera salido a la calle si no fuera por Juanita, que con su sonrisa perfecta y luz natural iba por las calles de India con su estilo completamente western sin importarle las miradas, ni dónde estaba. Ni taparse los hombros, ni dejar de llamar la atención. Era fiel a su estilo y brillaba. Si con su look sexy y provocativo había sobrevivido a India yo también podía hacerlo.
Salí con ella , fuimos a ver piedras y pasear un poco. Después me pidió que la acompañara a un lugar, me dijo que le iban a hacer un masaje que aún no había entendido en qué consistía.
-Algo Ayurveda – me dijo.
El Ayurveda es la medicina tradicional India basada en alimentación, hierbas y tratamientos naturales. Yo me dejaba llevar, necesitaba tomar confianza y ella me hacía sentir en casa. El hombre nos convido Chai en unas tacitas de barro y ambos me convencieron de hacerme un masaje. EL tratamiento se llamaba Kati Basti. Pusieron un aceite caliente en mi espalda dentro de unos círculos que hacían con arcilla y me hicieron ver lo que era estar en el paraíso. Mi mente se volvió clara y calma. Salí a la calle flotando. De ahí nos fuimos al Aarti del Parmath Niketan, uno de los Ashram más famosos de Rishikesh.
Era de noche. Atravesamos un caminito de tierra y los patios traseros de varias casas y llegamos a la calle principal, que era una callecita repleta de gente, monjes, vacas. A los costados puestos callejeros de comida y locales de estatuillas de dioses hindúes. “Ommm Namahhh Shivaya, Ommm Namahhh Shivaya” El humo a incienso se mezclaba en el aire con los mantras que salían desde todos lados. Para mi todo era nuevo: las caras, los colores, las vacas, los cuerpos, la gente, los olores, la música. Me sentía en una película.

El Aarti es una ceremonia de fuego que se hace en las orillas del Ganges donde se rinde culto al río sagrado y se hacen ofrendas con flores y fuego a cada atardecer. En donde India se encuentra con el Ganges, el Aarti se convierte en un ritual obligado. Para entrar había que descalzarse como en todo templo y dejar tus zapatos en la puerta como señal de respeto. Así que dejamos nuestras ojotas junto a una montaña de calzados de la entrada.
Esta parte el Ashram son unas escaleras largas frente al Ganga, con una estatua enorme de Shiva en color azul meditando como un guerrero, con su pelo en media cola, sus ojos cerrados y sus dos dedos en Chin mudra formando un círculo. En las escaleras estaban sentados los monjes y minimonjes- como le llamamos con una amiga, porque no superan el metro de altura-, vestidos con sus túnicas amarilla y roja. En el centro, un hombre con el harmonium, ese “pianito” de madera característico de India, un micrófono y un Tabla, el tambor famoso indio que se toca con la yema de los dedos. Con ellos, empezaba la magia musical de cantos y mantras que inundaban todo el ambiente. La multitud que estaba ahí los repetía. El lugar estaba repleto por donde mires. Mientras el sol va cayendo sobre el río y las montañas, la ceremonia arrancaba y el aire se volvía más puro.

El Kirtan es una práctica musical espiritual originaria de India y son cantos devocionales en Hindi o Sánscrito de alabanza a la divinidad y los dioses; a Krishna, a Shiva, a Rama, a Ganesha y a la infinitud dioses hinduistas. Rishikesh e India en general es famosa por sus kirtan. Los mantras, la música y el ambiente te introducen en un estado de consciencia meditativo que eleva muchísimo la energía. Iba a pasar tres semanas viviendo en ese Ashram. A esta altura obviamente no entendía lo que entendí después, pero había una magia especial en el aire que era imposible de no sentir. Toda esa gente junta, cantando, rezando y esparciendo sus voces y sus almas por los aires. El fuego, las caras, las mujeres con sus Saris de colores moviendo su cabeza de lado a lado y aplaudiendo con devoción. Esos cantos eran especiales, te movían algo adentro, te hacían sentir aunque no quisieras.
Muchos de los creyentes venían desde pueblos lejanos de India para ver y escuchar a los Gurús del Ashram, en esta ceremonia en los pies de los Himalayas, donde el río sagrado todavía es puro y transparente. Todos estaban con su Pooja en la mano para ofrecer al “Ganga Ma”-la Madre Ganga- cuando llegara el momento indicado.
Las Poojas son ofrendas para hacer al río, que por lo general lo venden niños persiguiéndote hasta el cansancio hasta que le compras una. Es una especie de canastita hecha con hojas de árbol atadas con un palito por los costados, lo suficientemente grandes como para poner adentro flores de colores, un sahumerio y una velita india hecha con pasta y aceite. Lo suficientemente mágicas para transportar los deseos que uno quiera. No hay límites ni condiciones. Se enciende la vela, se pide un deseo, se apoya en el río y se la deja correr en el agua hasta que se lo lleve el Ganga. Y así ves a todos, empujando el agüita con amor para direccionar sus Poojas – y las ajenas también- para que la corriente del río se lleve los deseos de todos. Quizás es por eso que el río se vuelve sagrado.

Después de varios cantos mágicos, los Gurús dan unos sermones en Hindi y con suerte en inglés. Luego arranca el momento del fuego. Los monjes que están ubicados cerca del río en varios lugares estratégicos encienden sus candelabros con formas de serpiente y comienzan a dibujar en el aire el símbolo sagrado Om, haciendo bailar sus fuegos, purificando el aire y las almas que lo ven. En el mismo momento, otras personas del público que tuvieron la fortuna de ser designadas para llevar los candelabros, empiezan a esparcir el fuego por todos los que están ahí, caminando entre toda la gente con el fuego en alto para los que están parados hagan su propia ceremonia de purificación. Todos rodean al elegido y ponen sus manos arriba del fuego haciendo un gesto de limpieza sobre sí mismos, pasando sus manos por su cabeza con un movimiento envolvente tres veces. En India todo es motivo para un ritual y el fuego enciende siempre todas las chispas devocionales. Y así el candelero sigue pasando y la gente se sigue congregando a su alrededor purificándose. De tanto en tanto si es gentil y sabe compartir la tarea, le pasa el fuego a otro para que continúe. Todo el mundo va persiguiendo ese fuego con algo de impaciencia, como si fuera una necesidad imperiosa para el alma, porque estando ahí lo es. Al mismo tiempo, la gente va encendiendo sus poojas para ofrendar al río y empiezan a moverse con sus pequeñas canastitas prendidas fuego entre la muchedumbre hasta que logran encontrar un espacio vacío cerca del río para dejar su ofrenda.
Lo primero que me llamó la atención fueron todas las posibilidades potenciales de que surja una catástrofe. Lo que estaba pasando era hermoso, pero era imposible no pensar en un posible accidente. Casi 400 personas todas pegadas unas con las otras, paseándose con fuegos encendidos en las manos en sus canastitas dulces pero letales, moviéndose descuidadamente entre vestidos de seda y nylon, poco espacio y una necesidad imperiosa de llegar al río a finalizar el ritual antes que la canasta se prenda fuego. Una combinación peligrosa a la vista. Pero India...“no lo entenderías” diría un amigo. Todo puede pasar en India y a la vez nada pasa. O al menos nada pasa la mayoría de las veces.

Presenciamos la ceremonia y ofrendamos una pooja. Juanita me encendió la vela cuando estábamos en el medio de la gente, lo suficientemente lejos del río como para entrar en pánico de que toda la canastita artesanal del bien se empezara a prender fuego sobre sí misma, así que empecé a pedir permiso con un tono un poco desesperado. Yo no era India y desde chica me enseñaron que el fuego entre tanta gente es un poco peligroso. Pero nada pasó. Estábamos bendecidas por sus dioses. Me acerque al Ganga y deje mi pooja. Con amor le fui arrimando agua con la mano para empujarla y dejarla correr, viendo como el río se la llevaba. A ella y las decenas de poojas que la gente iba dejando. El río se iluminaba cada noche con los deseos de cientos de personas.
Fue mi primer ritual. Me tome mi momento.
Cerré los ojos y la puse cerca de mi corazón. Le pedí ayuda al universo, guía y fuerza. Por primera vez agradecí por estar en este lugar. Fue hermoso, realmente sentía la energía y la presencia divina en esa ceremonia. Era imposible no sentirla. El fuego, la música, los cantos, la gente. Cada uno haciendo sus rituales. Algunos mojaban sus cabezas con el río sagrado, otros bebían el agua y se purificaban. Hice lo mismo, metí los pies y me tire agua sobre mi cabeza con las manos en rezo. La contaminación del Ganges en India es saber popular. No afecta a los indios pero probablemente sí a los western. Y si bien acá el río es puro, todavía no había llegado al punto de fe tan alto como para beberla- confieso que después lo haría.– La fe mueve montañas e India lo puede todo.
Me sentí bendecida en medio de la magia india, imposible no sentirlo.
Yo estaba realmente inmersa en todo lo que pasaba, admirando lo que sucedía y siendo parte de la atmósfera de respeto y divinidad. Ya había participado de varios Kirtan en Copenhague con Kaare, así que mi cuerpo ya sentía esas vibraciones y rogaba al aire que lo purificara si eso se podía lograr. A mi cuerpo, a mi alma, a mi todo, necesitaba el combo completo. Eso es lo que había venido a buscar a India, así que estaba adentro mío y afuera a la vez, en esa conexión espiritual. Conmigo, con el universo y con India tratando de mantener esa conexión lo más pura e íntegra posible.
En ese mismo momento, Juanita y su sonrisa hermosa se dieron cuenta que no habían fotografiado ese momento tan especial, así que con su impertinencia inocente le tocó el hombro a una señora india sin dudarlo siquiera y le pidió prestada su pooja para tomar la foto que ella quería: ella misma con una pooja en la mano, la propia o la que fuera, era irrelevante. Yo realmente quería simular que no la conocía, pero la impunidad con la que hacía las cosas me hacía reír mucho. Tiene un carisma particular donde se le perdonaba todo. También hizo que yo me tomara la foto. Esa foto es hermosa. Ella sonrió, toda vestida de fucsia, emanando colores al universo. Fue hermoso tener una Juanita los primeros días en India, me revitalizó el alma.
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