
De reojo mire hacia la calle. El ruido de las bocinas, las motos, el caos de gente, la música alta. Era demasiado. Aún me veo sentada mirando hacia a la nada y preguntándome qué mierda estaba haciendo ahí y como pensé que este lugar podría traerme paz. Me metí en la cama. Recién llegaba, ya quería irme. También quería llorar. LLoré. Bienvenida a India.
10 de diciembre.
Íbamos los tres en el scooter: Juanita, Akash y yo. A tres minutos de arrancar, Akash para en un puesto callejero y nos pregunta si queremos un Chai. Masala Chai es el té característico de India. Es un té negro preparado con leche al que se le agrega jengibre triturado, canela, cardamómo, clavo de olor y se lo deja herviendo un rato largo para que el tiempo haga su magia. Suelen usarse unas mini-tacitas de barro tipo espresso. Ahí se toma el Chai típico para que adquiera más sabor. Son realmente unos hermosos vasitos bebe que no tienen más que 3 cm de alto, así que nosotros que estamos acostumbrados a las tazas grandes necesitamos por lo menos dos o tres Chai si las tomamos como un desayuno. Pero el sentido del Chai acá también suele ser algo más de paso, como el café en Italia. Nadie se sienta en esos puestitos. Se pide, se toma de parado y se continúa el camino. En vez de un shot de cafeína, té negro con jengibre. Más sano y muchisimo mejor para las defensas.
Akash nos dice que este es el mejor Chai de Rishikesh. El lugar no era un local en sí, sino unas maderitas al costado del camino con las cosas básicas para preparar el té: una garrafita, una ollita y unas tacitas. El puesto era muy humilde y estaba repleto de moscas sobrevolando la olla, queriendo desayunar su bocado también. Ahí las tazas eran de vidrio, el hombre las lavaba un balde con agua y de ahí iban directo a tu mano. Yo me moría por conocer el chai local del que tanto me habían hablado, pero me asustaba bastante que mi cuerpo no estuviera a la altura de la situación, así que solo le di un sorbo de cortesía mientras el resto de los turistas miraban de lejos con desconfianza.
El tema del agua y algunas condiciones sanitarias en India son un poco problemáticas para nosotros los westerns. Hasta que nos acostumbramos, que es probablemente hasta que nos vayamos de India o cumplamos varios años viviendo acá; pero sobre todo es más problemática aún si recién llegamos y no pasamos aún por el proceso de “adaptación”, que no es otra cosa que una gran diarrea de bienvenida de la que nadie escapa. Pueden haber intoxicaciones mayores dependiendo de cada estómago y de que comida en concreto, - créeme que podría dar lecciones de eso- pero esos ya son casos particulares.
Atravesamos uno de los puentes semi-peatonales que tiene Rishikesh. Un puente colgante de madera y alambre que se mueve para todos lados, donde los monos colgados de los parantes te hacen el control de calidad alimenticio, sacandote de la mano todo lo que sea comida o se parezca a ella. 1 metro y medio de ancho para motos, personas y quizás alguna vaca, todos en el mismo carril a paso de hombre.

Cruzamos el Ganges, el río sagrado para los Indios que atraviesa la ciudad. Acá el río aún no está contaminado y tiene un color muy particular: un verde claro mezclado con crema de leche. Atrás, las montañas . Una verdadera postal.
Seguimos cuesta arriba por callecitas de montaña y empezaron las escenas de las rutinas cotidianas.
Los pueblos en India tienen un estilo particular, como si todo estuviera un poco a medio terminar y como si todo se hubiera quedado en el tiempo, sin las fachadas modernas y los aparatos tecnológicos que estamos acostumbrados en el resto del mundo. Entonces, cada rutina de la gente se vuelve más nostálgica y más profunda. Más lenta, como en una película vieja o como el romanticismo de mirar a los abuelos haciendo sus quehaceres cotidianos. Desde barrer la vereda con sus escobas de paja, de tan solo medio metro de largo que los obliga a agacharse de pecho al suelo, o alimentar a las vacas atadas en el jardín con canastos de sobras de comida, o ir a hacer las compras al mercadito local -que muchas veces no son más que otras tablitas de madera con algunas cosas básicas- y portar algunos víveres en bolsitas de papel de diario.
A cada metro hay una escena de cosas que pasan. La mayor parte de la vida en Asia y en India en particular sucede afuera de las casas. Entonces andar en moto por ahí es como ir al cine y admirar la belleza. Muy fácilmente uno se siente parte de todo eso. No hay chance de que te aburras, algo siempre te sorprende. En cada rincón de India encuentras algo para ver.

Llegamos al Secret Garden, un café al aire libre bastante de moda donde todos los hippies van a hippiar, leer, subir a la cuerda, hacer Acroyoga o simplemente a vibrar espiritualidad. Comimos algo ahí, veggi hippie style. Jugos de verduras y comida sana. La imagen me hizo acordar mucho a San Marcos Sierra- Córdoba, Argentina- y mis momentos de hippismo adolescente.
Rishikesh es la Capital del Yoga, entonces acá todo es sano, todo Ayurveda. No existen los bares ni está permitido vender alcohol así que todo lo que ves son cafés por donde mires.
Yo había elegido iniciar mi viaje acá porque necesitaba algo tranquilo, una pequeña burbuja dentro de India que me proteja un poco del choque cultural.
Un amigo me había dicho que Rishikesh era el paraíso. En la base de los Himalayas, con montañas, ríos y espiritualidad se veía muy bien.
Está plagado de escuelas de Yoga ("Levantas una baldosa y te encontrás una escuela"- diría una amiga) y también de turistas que vienen en busqueda de eso. Entonces ves por todos lados turistas con sus calzas y sus mats de yoga de acá para allá vistiendo ropas india hippie style.
La espiritualidad se respira a cada minuto, estar a las orillas del río sagrado es un privilegio y una motivación constante para ofrendas y rituales de fuego. Ya sabía de antemano que era turístico y está bastante occidentalizado en comparación con otras ciudades Indias, pero sonaba un lugar seguro para arrancar y adaptarme poco a poco a la cultura India.
– ¿Cómo que no venden alcohol? – le pregunté a un amigo antes de llegar.
–Ahí no lo vas a necesitar, te lo prometo- me contestó.
Nada de alcohol y por supuesto menos carne. La vaca es sagrada en India y salir a la calle nos lo recuerda a cada segundo con cada vaquita que acariciamos. Así que acá la vida sana, la comida vegetariana y el estilo yóguico se hacen muy fácil de adoptar. Es casi lo único para hacer.

Después de una hora y media con paradas intermitentes llegamos a la cascada. Empezaba a conocer a Akash y el ritmo Indio. Todo lento, acá nadie tiene apuro de nada. Solo un pequeño puente nos separaba de la pequeña piscina natural donde íbamos a tomar un baño. El puente que cruzaba la pequeña corriente de agua eran dos tubos de metal con una madera atada con alambre a ambos lados. No estaba sostenido al piso, solo apoyado entre la abertura del río con mucho amor y no tanta inteligencia. Yo odio los puentecitos sobre el agua, pero después de ver que todos pasaban tome coraje y puse mi pie con valentía decidiendo empezar a romper mis viejos patrones desde el momento uno.
Orgullosa se lo cuento a Akash. Él sonríe y me dice que justamente la semana pasada había venido con otros turistas y una chica estadounidense desafortunadamente piso en uno de los bordes y se cayó al río. –¡La salvó un perro! – me dijo. No pregunte cómo, no quería saberlo. –Hay que tener cuidado– continuó, poniendo cara de serio, mientras yo lo miraba irónicamente.
La cascada era bonita y hacía calor.
En India la gente no acostumbra meterse en malla. Por lo general se meten vestidos.
Las mujeres obligadamente con pantalones y remera cubriéndose el cuerpo como es costumbre y los hombres en short y remera o mayormente en ropa interior- ellos sí pueden-.
Guardando la malla e improvisando, me metí con los pantalones largos que llevaba puestos.
Nadar se sentía hermoso. El problema fue salir.
El sol comenzó a esconderse entre las montañas, la única ropa que traía estaba mojada.
Empezó a hacer frío.
La tierra del bosque se pegaba a mis pantalones anchos que arrastraban el piso. No encontraba lugar para poder cambiarme sin sentirme observada ni tampoco un lugar para apoyar mis cosas que no transformara todo en barro, así que algo tan simple como salir del agua se transformó en una mini-odisea, mientras que mi cuerpo se sentía completamente extraño nadando en el agua con pantalones Oxford.
Yo venía de Dinamarca, donde la gente se mete al agua desnuda. Después de un proceso de adaptación ya había superado el pudor de los cuerpos y uno se siente verdaderamente libre de miradas y conductas rebuscadas. Protegerme detrás de unos pantalones casi transparentes completamente pegados al cuerpo me empezaba a fastidiar. Tenía frío. En la moto, más frío. El único puestito de Chai que había no era mucho más higiénico que el anterior, así que tampoco podía ni siquiera tomar algo caliente aunque mi cuerpo lo necesitara. Me habían dicho que necesitabas un mes para adaptarte a India. Yo había aterrizado hacía 4 horas después de 3 días de viaje. Lo único que quería era llegar a casa, a "alguna casa". Una ducha caliente y meterme en la cama. El agua salía fría. La ducha no existía, solo había un pequeño balde para echarte agua y un asiento bajito para sentarte mientras lo hacías. Solo salí del baño, me envolví en una toalla y me acerque a la ventana a tomar aire con resignación. La mayoría de nuestros conforts simples – que para nosotros ya ni siquiera son conforts sino solo necesidades occidentales básicas - eran imposibles, así que lo normal y cotidiano se volvía dificultoso. Baño, agua, comida, limpieza... ni mal ni bien, solo distinto. Normal para ellos, problemático para nosotros.
De reojo mire hacia la calle. El ruido de las bocinas, las motos, el caos de gente, la música alta. Era demasiado. Aún me veo sentada mirando hacia a la nada y preguntándome qué mierda estaba haciendo ahí y como pensé que este lugar podría traerme paz... Ni siquiera trate de conseguir algo para comer, sentía tanta frustración que todo se veía como un gran proyecto. Ya agotada me metí en la cama. Recién llegaba, ya quería irme. También quería llorar. Lloré . Bienvenida a India.

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