
-Hola mente, pasaron muchas cosas. Estuviste en la cima de la montaña por mucho tiempo a todo desde arriba, y está bien, fue tu momento. Ahora las cosas están cambiando. Se que intentaste hacerlo lo mejor posible, pero me has lastimado mucho. Se que no fue tu intención, se que los mandatos familiares y sociales te han dado esa forma y esa autoridad también, pero ahora, con amor y juntas, vamos a reordenar los lugares por el bien de ambas. Las dos necesitamos un respiro y como sabes, vamos a estar juntas todas las respiraciones que nos queden a ambas, así que sí o sí tenemos que resolverlo, y si estamos acá y no en una puta playa tomando un Mojito es porque vamos a tomar el camino profundo. ¡Bienvenida al resto de nuestra vida!
Meditábamos en total 10 horas por día, o por lo menos eso es lo que se estipulaba si no nos retirábamos antes por cansancio o frustración, con coraje y también con culpa, como cuando uno se escapa de una clase en la facultad. Por momentos- muchos momentos- se hacía difícil. No siempre lograba concentrarme, no siempre lograba meditar, no siempre lograba mantenerme despierta ni aguantar los dolores corporales de estar sentada en el piso por dos o tres horas seguidas y no siempre lograba ganarle a la mente que se preguntaba si realmente valía la pena todo esto.
Era intenso, minimamente algo extremo a lo que uno está acostumbrado y los primeros días el desafío se volvía aún más difícil. Todavía no lográbamos entender el objetivo de las meditaciones ni tampoco estábamos habituadas a domesticar a la famosa Monkey Mind (mente mono), que iba saltando de rama en rama de pensamientos absurdos, por 10 o más horas de las cuales necesitábamos concentrarnos.
Tampoco estábamos acostumbradas a permanecer sentadas en el piso tanto tiempo sin algo que sostuviera nuestra espalda por tantas horas y los dolores en el cuerpo empezaban a hacerse notar. Ese iba a ser el verdadero desafío. Ese iba a ser el terreno donde se iban a poner en juego todo los aprendizajes y donde se libraría la verdadera batalla. Y esa era la parte de las reglas que no sabía.
Aún empezaba a reconocer como sentarme. Aun me levantaba en medio de la meditación como todas a tomar un poco de aire y a estirar las piernas empezando a pensar que no iba a aguantar así ni tres días.
¿Podría acostumbrarme?
El tema de no poder tener el celular encima, a diferencia de lo que uno se imagina, era la mejor parte. Dar tu celular y dejarlo en un locker con llave quizás por primera vez en tu vida luego de ser un niño y que tus padres te lo quiten. Saber que no vas a poder tenerlo durante el transcurso de 10 días pase lo que pase, te da una sensación inicial de ansiedad, como cuando te estás separando del amor de tu vida. El celular no es el amor de tu vida por suerte, pero la ansiedad que nos genera por seguro es mayor. Hay algo en vos que no quiere dejarlo ir, se siente como dar una parte tuya, como si tuvieras la mitad de tu vida ahí adentro. En realidad, lamentablemente la tenemos. Luego de sobrellevar el desapego inicial, era una sensación de libertad inexplicable. Volver a vivir como nuestros padres o abuelos, o la gente del campo, sin tener que sacar fotos a todo lo que te parece bello solo porque podes, sin tener que compartirlo ni mostrarle a nadie donde estas, sin tener que mandar mensajes “importantes” y sin tener que escuchar y ver lo que el mundo hace simultáneamente a vos en decenas de partes del mundo. Solo vos y el presente, sin intermediarios. Hermoso. En mi caso, estaba de incógnita. Hacía rato que mis redes sociales se habían quedado congeladas en el tiempo, entonces, por elección y obligación, la vida me era más fácil. Hacía rato que estaba en mi propio retiro.
Lo de no hablar con nadie, se sintió como lo mismo que hasta ahora. Supremo.
No tener que preocuparte por nadie más que vos mismo. Libertad y descanso completo para sumergirte en tu propio mundo con permiso y amor.
¿Cómo no nos enseñaron que esto era posible antes?
Cuánta gente necesita un tiempo para invernar. Un momento de recuperación, un reset de todo y todxs. Esto era todo eso.
Como dije, ésta era la parte fácil, lo difícil iba a ser la batalla-no batalla con la mente. En realidad, iba a ser más parecido a comprender que las dos tirábamos para el mismo lado, yo y ella. Entonces teníamos que empezar a ser más pacientes, más comprensivas y más amables con nosotras mismas en este camino de la vida que estábamos emprendiendo juntas hacía rato, pero pocas veces lo habíamos reconocido como tal.
Ahora estábamos en el mismo bote: solas, aisladas y lo más importante, por voluntad propia, así que no quedaba otra que mirarnos bien a la cara y volver a conocernos mutuamente.
-Hola mente, pasaron muchas cosas. Estuviste en la cima de la montaña por mucho tiempo controlandolo todo desde arriba y esta bien, fue tu momento. Ahora las cosas están cambiando. Se que intentaste hacerlo lo mejor posible, pero me has lastimado mucho. Se que no fue tu intención, se que los mandatos familiares y sociales te han dado esa forma y esa autoridad también, pero ahora, con amor y juntas, vamos a reordenar los lugares por el bien de ambas. Las dos necesitamos un respiro y como dicen, vamos a estar juntas todas las respiraciones que nos queden a ambas, así que sí o sí tenemos que resolverlo, y si estamos acá y no en una puta playa tomando un Mojito es porque vamos a tomar el camino profundo.
¡Bienvenida al resto de nuestra vida!

En los momentos libres que teníamos solían pasar cosas hermosas. Básicamente, solían pasar cosas, cosas distintas a estar meditando dentro de nuestra propia cabeza casi todo el día. Cada una armaba su rutina. No podíamos hablar entre sí, así que nuestra práctica diaria era caminar por el jardín, casi siempre en círculos repitiendo una y otra vez las mismas rondas.
Siempre que teníamos algunos minutos solíamos sentarnos en los bancos al sol. Cuando aparecían unos rayitos se lo valoraba y ahí nos veías, intentando escurrirnos en los pedacitos de luminosidad existente, estirando las cabezas como jirafas hacia el gran Febo, como si fuéramos esponjas absorbiendo agua. Casi…eramos mujeres absorbiendo energía solar, apreciando las pequeñas enormes cosas que teníamos. Cuando no hay mucho, uno empieza a valorar lo pequeño. Eso no se decía, pero eran enseñanzas subliminales. Esos momentos de apreciar la simpleza pasar cerca de tu alma los recuerdo como una de las sensaciones más hermosas de esos días.
Luego del almuerzo, solía ser el tiempo donde las mujeres lavaban la ropa. Más bien, era lo que mi vecina de enfrente hacía. Una señora mayor de pelo largo canoso con un aspecto hippie hermosísimo, como salida de una película de los ’70 pero con estilo indio. Yo solía sentarme en la puerta de mi casita donde afortunadamente pegaba el sol y ahí era cuando la veía. Amaba cada instante de ella y su práctica. Verla me causaba una ternura inmensa. Se sentaba con su trenza blanca infinita, agarraba un balde, enjabonaba cada prenda y se ponía a fregar en cuclillas al estilo indio: con las rodillas flexionadas y la cola en el aire casi tocando el suelo, pero con la flexibilidad suficiente para no caerse ni tocar el piso- casi un asana-. Lo hacía con una paz admirable. Después de unos minutos, colgaba cada prenda en la soga. Parecía una meditación. Quizás lo era.
Luego de unos días empecé a copiarla, me había inspirado. No teníamos muchas cosas para hacer, más que caminar, reflexionar sobre nosotras mismas, bañarnos con agua fría o sentarnos al sol cuando había, así que esa rutina de romanticismo me había capturado. Se había convertido en un momento hermoso de encuentro, autocuidado y presencia.
Cuando uno no puede hablar tampoco puede arruinar los momentos diciendo cosas estúpidas o intentando matar los silencios incómodos. Entonces la actitud de uno cambia completamente. Realmente uno parece otro.
Yo, que vivo sonriendo, haciendo chistes y charlando con la gente por amabilidad solo era un cuerpo más que intentaba no hacer contacto visual, ni intentar ser condescendiente, ni agradar a todo el mundo. Era curioso, pero me daba paz no tener que estar tan pendiente del resto como a veces lo estoy y tener la libertad para estar dentro de mi propia burbuja. No tener que dar explicaciones, no tener que justificar mis acciones por automatismo sin que nadie me lo pida ni hacer comentarios simpáticos al mundo entero. Eran unas vacaciones también de vos mismo.

Nada de tomar el sol, ni de fregar la ropa ni nada de nada sucedió en los primeros días, donde yo y mi cuerpo éramos ambos una piltrafa humana. Ya habían pasado casi 2 días y mi estado de intoxicación se mantenía. Seguía perdiendo grandes litros de agua y lo único que podía hacer era acostarme y darle un poco de reposo a mi cuerpo deshidratado y débil. No tenía celular para chequear mis síntomas ni podía hablar con nadie para pedir opinión y si bien trataba de mantener la calma, empezaba a asustarme un poco. Creo que esas condiciones moribundas fueron lo que me permitieron no pensar demasiado y cuestionarme lo que pasaba lo menos posible, solo tenía fuerza para mantenerme en pie, ir a las meditaciones, comer arroz blanco y hacer que mi cuerpo no se desvanezca. Así pasé los primeros días. No tener fuerzas para quejarse también es algo para celebrar. _________________________ Dia 2
–COMPLETA RENDICIÓN A LA PRÁCTICA POR 10 DÍAS.
Eso era lo que nos decía Goenka por los altoparlantes y también por vídeo. Su voz y sus cantos se escuchaban por los aires del monasterio con frecuencia. Todas las mañanas después de la primera meditación se escuchaba algo como un mantra o una canción con su voz. Siempre era la misma, mientras nosotras en silencio y mirando hacia abajo caminábamos hacia el desayunador.
Me sentía en “El del cuento de la criada” o en mi novela favorita de Orwell “1984”, pero ahora nosotras eramos los señores de gris.
A mi opinión, Goenka no era un virtuoso cantante, así que al principio la canción me producía risa, hacía toda la situación un poco mas extraña y local –aún-. Obviamente, nunca había estado en una situación así antes. Luego la misma canción se transformaría, incluso hasta el día de hoy, en un símbolo de paz y de la luz matutina en el medio del campo.

-Aceptar la realidad tal cual es. No creamos sensaciones, no intentamos modificarlas, solo aceptamos la realidad tal cual es.
Fácil. ¿Qué más podríamos hacer? En las condiciones que estábamos, eso no se volvió tan difícil. Era casi la única opción.
Con el correr de las horas las caminatas se empezaban a volver un poco más amenas y más meditativas. Poco a poco después de amigarnos con el silencio y nuestra mente aparecían los primeros recuerdos. Pensé en Joan, como solía hacer por esos días. Era parte de mi realidad y un tema que estaba ahí presente, igual de intacto que cuando me fui, esperando ser abordado en algún momento. Pensé en nosotros, en nuestra historia, en quien se había equivocado- mas– o donde se habían originado las dificultades. En cuales de todas mis partidas, en cual de todos los momentos de esos cuatro años de relación y en quien tenía más potestad sobre esa culpa,-como si fuera una cuestión de magnitudes-.
Este tema seguía siendo como una nube densa para mi. No podía ver nada ahí, nada con claridad. Había pasado un mes y aun me era imposible tener algo de comprensión sobre la situación aunque me esforzara. Menos que menos conclusiones. Todo lo que había podido hacer era poner un gran paréntesis a nuestra relación no-relación, donde aún continuábamos hablando de cosas superficiales, pero no de la relación en sí, que ya a esta altura era un tipo de amor con un formato no diferenciado, pero que igual seguíamos sosteniendo.
Ni siquiera aún en continentes distintos- una vez más- podíamos tomar la decisión de alejarnos por completo el uno del otro.
¿Amor verdadero? ¿obsesión? ¿miedo? ¿soledad? ¿compañía? ¿entendimiento? ¿energía? o probablemente un poco de todo eso. Que difícil identificar y aislar los elementos cuando se entremezclan tanto.
No lo sabía ni podía pensarlo así que solo lo dejaba ahí, aún flotando como neblina en el tiempo y en el aire de mi mente, intacto e inmaculado.

Comments