
Todavía puedo verme mirando por la ventana de la que fue nuestra casa por un tiempo, la primera nevada del año en Copenhague. Furiosa, hermosa. Nos quedamos mirando los pedazos de nieve caer tan Hygge, que todavía recuerdo esas ganas inmensas de quedarme ahí toda la vida... Pero íbamos en el auto, como una pareja que va hablando de cosas triviales, como un día cualquiera, simulando o queriendo simular que no era una despedida.
7 de diciembre.
Vamos de camino al aeropuerto con Joan, manteniendo la calma y tomando mate, la poción argentina por excelencia que hace que cada momento sea más hermoso y un poco más amigable.
Todavía puedo verme mirando por la ventana de la que fue nuestra casa por un tiempo. La primera nevada del año en Copenhague. Furiosa. Hermosa.
Nos quedamos mirando los pedazos de nieve caer tan hygge (1) que todavía recuerdo esas ganas inmensas de quedarme ahí toda la vida... Pero íbamos en el auto, como una pareja que va hablando de cosas triviales, como un día cualquiera, simulando o queriendo simular que no era una despedida.
Entramos al aeropuerto. Entrego mi bolso y subimos directamente a Departures.
Se perfilaba como una despedida rápida sin tono melancólico. Me gusta, porque me quiebra en mil pedazos, entonces mejor que sea rápido, aunque sé que va a seguir doliendo un tiempo largo como un post-operatorio.
Llegamos al control de pasaportes.
Ese momento que ya pase mil veces, donde uno se va y el otro se queda, saludando y escondiendo las lágrimas detrás de una sonrisa que intenta borrar lo irresuelto de las distancias corporales.
Las piernas me temblaban.
– ¿Qué estoy haciendo? – me dije a mi misma- ¿De verdad voy a ir a India? Porque si tomás este avión de verdad vas a ir a India…
Nadie me espera allá.
¿Qué voy a hacer?
Lo único que deseaba en ese momento era paz y tranquilidad después de un año difícil. Quizás estar en posición de niña tirada en la cama por tiempo indeterminado, mirando películas y comiendo chocolate.
En cambio de eso, me estaba yendo sola a India.
Lo miro a Joan con cara de pánico, casi temblando pero disimulando. Era el momento de retroceder o de seguir. Era el momento crucial, ese que imaginaba y tanto miedo me daba: el de no subir al avión y echarme hacia atrás. Lo miro a quien había sido mi novio por casi 4 años. 4 años de idas y vueltas, de encuentros y desencuentros. ¿Ahora mi ex novio? ¿mi amigo? Preguntarnos qué éramos en este momento después de todo lo que pasaba por mi mente era demasiado. Mi cabeza tenía preguntas que iban primero en orden de caos y prioridad.
Le digo que estoy cagada de miedo, que no se si puedo hacer esto. Realmente no era una forma de decir, era un decir real, estaba cagada de miedo. Mi vida se me venía a la mente como el tráiler de la vida de otra persona. Ni mi madre ni nadie de mi familia sabían de esta decisión. Hacía 3 meses que las conversaciones entre nosotras eran una simulación de una vida que no era la que yo realmente estaba viviendo.
Ella decía que en la India secuestraban gente y traficaban órganos.
Cuando le dije de mi idea de ir para allá casi le agarra un colapso. Real. Me asusté.
Me dijo que haga lo que quiera pero que ella no quería saberlo.
Soy su única hija y después que mi papá falleció la familia somos solo nosotras dos. Tenía miedo, no la culpo.
Después de pensarlo mucho decidí respetar su decisión y de alguna manera protegerla y protegerme también a mí.
Casi nadie sabía de esta decisión. No necesitaba más preguntas que no pueda responder ni más ansiedades ajenas que se sumen a las mías. Estaba sola en este barco y por momentos todo me parecía una locura. Atravesaba ese punto donde nadie puede entender realmente lo que sentís, incluso ni yo misma.
Joan me agarró los hombros, me miró a los ojos y me hablo con una calma y una seguridad inmutable:
–¡Claro que podes!- y se ríe, como si él pudiera ver lo que yo no podía. –¡Lo estás haciendo! y me sacude un poco los hombros.
Me acomoda. Me dice lo que necesito escuchar.
Aún el día de hoy le agradezco infinitamente ese gesto decisivo. Confío en mí ahí cuando yo no podía hacerlo y me hizo confiar también a mí.
Le creo. Cambio mi postura. Pongo la frente en alto. Le pongo mi mano en su pecho un rato largo, nos abrazamos fuerte. Miro hacia el frente y camino. Entrego mi pasaporte, paso el control, nos sonreímos desde lejos con la gente de seguridad de por medio. Nos saludamos con tanto amor que no puedo describirlo. No sé por cuánto tiempo me estoy yendo, él tampoco lo sabe. No tengo pasaje de vuelta. Me voy a buscar algo, no se bien que. Creo que a mi misma, como el medio millón de personas que van a India buscando sentidos y espiritualidad. Voy en busca de sentido y espiritualidad.

Camino hacia el frente. Respiro. Sigo. Quiero salir corriendo y llorar, pero me contengo.
Pongo la mente en blanco y me propongo solo a caminar hacia adelante.
Paso más controles. Atravieso el Free Shop casi como un zombie, llena de preguntas. Siento mis piernas caminar solas en modo automático.
Busco la Gate, me siento. Intento comer un sanguchito de miga casero que me hizo mi amiga Erika. 100% argentino. Eso afuera de casa cotiza en bolsa, es como un abrazo de fuerza hecho regalo. Estaba todo apretujado en una servilleta mojada.
Cómo dos bocados. Me da ansiedad, me cuesta respirar. Dejo el sandwich. Inhalo, exhalo. inhalo, exhalo. Me tranquilizo a mi misma.
-Puedo con esto- me digo.
Justo en ese momento como por magia cósmica o causalidad me llama Kaare, mi colega del consultorio y mi Gurú danes, como había empezado a decirle sin que él lo supiera.
Él era un hombre alto de tez blanca y ojos celeste transparentes. Fue quien me ayudó a planear el viaje, me enseñó todo lo que empecé a saber de India y me acompañó en todo el proceso. Me explico sobre cada uno de los dioses indios con una filmina de imágenes, comida india casera y tirada de tarot incluida.
Sus palabras me daban mucha paz y me hacían sentir un poco más normal y menos desquiciada.
Me dijo algo en inglés que no entiendo bien, pero traduzco que son unas palabras de aliento. Creo que dijo “No vas a estar sola en India”.
De los nervios y mi inglés apurado, le contesto “I will” ( si lo haré!)
Como sea… él me estaba dando fuerzas y sentir la sincronicidad entre mi terror y su llamado random fue una señal de paz.
Deje de caminar en círculos por los pasillos de la gate, me senté y una vez más trate de mantener la calma.
Mis vuelos eran 4.
Primero a Amsterdam, luego a Abu Dhabi, después a Delhi y luego Rishikesh, mi primer destino en India, todo de una vez.
Tres días viajando, dos noches durmiendo en aeropuertos.
Como si buscara darle más tiempo a mi cuerpo para entender lo que estaba pasando.
La azafata llama por altoparlantes. Subo al avión. Estoy en Dinamarca pero el universo me pone un argentino al lado. Intercambiamos dos palabras, me dice que soy muy valiente…
– Si ché, puta madre, ¡lo soy! – me repito a mi misma. ¿Cómo puede ser que solo me lo creo cuando me lo dicen los demás?, como Joan o un desconocido en una charla de mierda de avión.
Rescindí el contrato, me fui de mi casa- una vez más-. Cancele también el consultorio donde trabajaba. Viví de prestado en casas de amigos por casi dos meses, con un bolsito de ropa de acá para allá para poder juntar la plata que necesitaba. Metí todas mis cosas en una valija en un sótano y regale todas las cosas que no entraban ahí, por segunda vez. Le dije a mi jefe que me iba a India solo con un pasaje de ida y que no sabía cuando volvía. Y a mi vieja nada, no le dije nada. Me quede con ese secreto adentro, como una piedrita en el zapato que voy a ir viendo cómo resuelvo. Ella sigue pensando que estoy en Dinamarca conservando mi vida normal, trabajando y haciendo plata. Yo guardo mis preguntas para mí.
El avión ya estaba despegando. De repente, por una ventanilla se ve el sol. Se nos llenan las caras de esa luz amarilla de la mañana, esa que te obliga a fruncir los ojos.
– ¡Viste, estaba el sol al final! me dice el argentino y nos reímos juntos con los ojitos chinos.
Hace semanas que no se ve el sol en Copenhague. Ya nos acostumbramos tanto al color gris del cielo que el sol parece magia.
En realidad lo es, solo que no sabemos apreciarlo lo suficiente.
La azafata nos trae comida que tampoco esperábamos en un vuelo de 50 minutos.
Nos miramos y nos volvemos a reír cómplices.
¡Ya que estamos en modo abundancia le pido jugo!
– Anything else? ( ¿Necesitas algo más?)- me pregunta.
Esas palabras me resuenan.
Lo tomo profundo y lo pienso un segundo… y no, me dí cuenta que no necesitaba nada más.
Había dejado atrás todas las preguntas sin respuestas que estaban taladrando mi cabeza, desde cómo y porqué llegué a esta decisión y de qué carajos hago yéndome a India sola. Preguntas que iban desde el momento presente hasta el próximo año pasando por cada uno de los próximos eventos importantes, como mi cumpleaños en los próximos cuatro días, Navidad y Año Nuevo en dos semanas, la final del Mundial de fútbol que sabía que iba a ganar Argentina mientras mi país se convertía en la fiesta más grande del mundo y varios temas económicos, sentimentales y profesionales.
Después de toda esa nube negra de pensamientos en mi cabeza, me estaba encontrando con un poco de luz, un sol que me achinaba, un poco de paz.
Calor en el pecho para mi alma en pánico.
Cierro los ojos y disfruto. Estoy en camino.

(1) Hygge es un concepto central de la cultura danesa y se refiere a esa sensación interna de comodidad acogedora: la calidez y el disfrute de las pequeñas cosas de la vida. Una vela encendida en el frío del inverno, el olor de una taza de café recién hecho, tirarte con una mantita en el sofá, una cena con amigos, ver la nieve caer y todas esas sensaciones impagables de sentirnos a gusto, en "casa". ↩︎
Comments