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27 ~ Un poco de humor: La Yapa india.




Me fui de Varanasi. No quería irme. Lo dije muchas veces. El universo me escuchó. Casi pierdo el tren

3 horas antes de que mi tren saliera estábamos paseando del otro lado de la ciudad vieja, bastante lejos de nuestra casa. La app del tren nos informó que el tren venía con 3 horas de demora. -Normal- me dijo Ilo- relájate. 

Como era mi despedida de Varanasi propuse volver al hostal en uno de los botecitos que atraviesan la ciudad. Gravísimo error…El remero me dijo que llegaríamos en media hora. Nunca le creas a un indio. Son tan exagerados como los argentinos pero con el doble de paciencia y más impunidad y casi nos sacan el primer puesto de la impuntualidad y el delay que tienen los tiempos latinos. Fui inocente… no tuve en cuenta que el botecito era viejo, que iba a remo y que estaba conducido por un hombre indio que- como todos los indios- llevaba la paz de Shiva en sus entrañas.

El trayecto solo eran 10 cuadras por el agua bordeando la costa. ¿Qué podría salir mal? Jamás digas eso en India. Es increíble como puedes sorprenderte…

Todo era increíble y mágico, el sol cayendo detrás de los templos, las orillas y la resolana mística en su máximo esplendor. La mejor decisión del día… hasta que de repente el barquero enfiló el bote hacia la orilla opuesta diciendo que tenía que cruzar sí o sí porque de este lado había mucha correntada para un bote tan pequeño. Y ese detalle de tiempo no estaba en los planes, sobre todo porque íbamos 4 en un botecito a remo manejado por una sola persona. Eso iba a ser un "proyecto". Mientras tanto decido chequear la app del tren. El tren que venía con mucha demora había decidido rápidamente saltarse varios pueblos para llegar con puntualidad a la ciudad de Varanasi, o sea, tres horas antes de lo que habían previsto en el último informe. – ¿Qué? Pero eso no es posible ¿verdad? No tiene sentido…- pero eso era lo que estaba a punto de pasar. Bienvenida a la tierra de los sin sentidos. Cuando me di cuenta estaba a media hora de salida de mi tren, en un botecito a remo en el medio del agua,  del otro lado del río y  del otro lado de la ciudad también. 

Hablé” con el barquero, le expliqué la situación y le rogué que se apurara. Lo hice 3 veces. Él me sonreía y me decía amablemente que sí, pero ninguno de los tres intentos hizo que acelerara la velocidad. Le pedí que aunque sea me cruzara lo más cercano a la orilla, para que pudiera bajarme y empezar a correr hasta el hostal. Tenía un retiro comenzado en otra ciudad, no podía perder ese tren y no iba  a ser ni la primera ni la última vez que corriera como una desquiciada por una ciudad, esta vez en India. 

Decidí agarrar yo misma los remos, remos que no eran remos sino palos de madera que ni siquiera estaban sujetados al bote. Empezamos a girar en círculos. No podía remar y avanzar de una forma decente aunque hiciera mi mayor esfuerzo. Hice una figura graciosa frente a mis amigos y frente al remero, y eso sirvió para tener un poco más de empatía e intentar comportarme. Sentí la impotencia de estar en el medio del río sin poder hacer nada más que ver mi cuerpo desplazarse lentamente sobre las aguas color naranja atardecer, viendo un paisaje de película mientras iba perdiendo el tren que no podía perder.

-Ya está, ya lo perdiste- me dijo Ilo. Pero aun en India y tratando de comprender el concepto de fluir nunca me doy por vencida. Baje. Corrí por las calles como una desquiciada perdiendo el tren. Subí las escaleras del hostal a los saltos. Agarré mi bolso, mi mochila y una vianda del pan casero más rico de toda India que había encargado en la guesthouse. Llame un taxi-moto. Le dije: ¡A toda velocidad!– como en las películas. Después me di cuenta que estaba en India y que eso sería demasiado peligroso y cambié la frase por: - Mmm, vamos rápido pero con cuidado por favor... Volvimos a atravesar toda la ciudad entre siz-sags y tuc-tuc en contramano. Corrí por toda la terminal tratando de identificar mi tren leyendo carteles escritos en hindi. Bajé, subí y volví a bajar. Le pregunté a varias personas pero casi nadie hablaba buen inglés. Un poco entre señas y un poco en palabras todos me dijeron que el tren aún no había llegado. Respiré. 

El tren tardó dos horas más en llegar. El dulce sabor de la impuntualidad india. Los andenes no tenían techo y entre los trenes se veía la luna llena. Me senté sobre mi mochila, miré al cielo y me despedí de Varanasi. Sabía que era solo un hasta luego…




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