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25~ Bajada de información.

Recién varios meses después de mi llegada a India pude empezar a sentir ese “interior”, esa “intuición” de la que me hablaban. Ese Saber que no aparece, sino que se construye o se habilita cuando uno le da espacio para salir, para ser escuchado, la confianza de uno mismo para que pueda existir. Pensándolo bien, creo que lo que se construye es la posibilidad de deconstruir. Deconstruir la voz que lo bloquea, la voz que lo invalida, porque en realidad esos saberes siempre estuvieron ahí, solo que nunca le dimos la posibilidad ni la valentía para alzar la voz y hacerse escuchar. Entonces lo que debemos construir no son los saberes sino la manera en que los miramos. El punto de vista del observador.


Me gusta estar acá, me gusta esta ciudad y poder decir eso después de casi un mes en India preguntándome diariamente que carajos hago acá me era un montón.

De a poco voy sintonizando más y sintiendo a India más cerca mío. En realidad, ni siquiera había pasado el mes que me dijeron que tardaría el "atemplamiento” en adaptarse a una cultura tan distinta a la nuestra, pero uno empieza a impacientarse. India es un desafío, todavía un lugar único en el mundo y por lo menos, requiere tiempo. En mi caso el problema no estaba tanto en las dificultades reales y prácticas que conllevaba el choque cultural- sino que a eso, debía sumarle mis dificultades imaginarias, emocionales y personales: el pánico que me deparaba el futuro, como resolver los fantasmas que me habitaban y la sensación de no querer estar acá. Todo hubiera sido más fácil si de verdad hubiera deseado venir acá, pero no era el caso. Teniendo en cuenta esas coordenadas, no estaba todo tan mal.


El tercer día salí a caminar y me hice amiga de un vendedor de ropa hindú que amaba a los argentinos. Me invitó un chai y me hizo pasar a su tienda. Hacer sociales en India es algo que se da por sobrado. Nos pusimos a hablar de todo, de mí, de que hacía en Vanarasi, de cómo llegué y por supuesto de si estaba casada o en pareja, una de las preguntas más frecuentes. -Hay que gente que como llega se va de este lugar, que no lo soporta, que no puede sentir la magia que se esconde acá. Muchos lo aman, otros lo aborrecen. Benarés no es para cualquiera.

Después de hablar un rato de espiritualidad me pidió permiso para limpiarme el aura, que visto desde afuera se veía algo parecido a Reiki. Aún escéptica de los timadores y con el cuidado respectivo para con los vendedores de humo que sobran en India, accedí.  ¿Qué podía perder? Miedo y plata nunca tuve como diría un argentino.


-Sos muy emocional– me dijo- Anda a Bodh Gaya, medita, hace Vipassana , eso te va a ayudar a controlar tus emociones. Las emociones son como una bacteria, crecen. Tienes que llorar… llorá, sacalo afuera y medita para que tus emociones no te sobrepasen ni te controlen. Quería decirle que lloraba, que lo hacía casi día por medio desde hacía unos cuantos meses, pero solo cerré mi boca y me limité a escuchar. –Cada vez que no sepas qué hacer, para…pregúntale a tu interior. Ahora tienes mucha confusión, yo sé,  ahora no es posible entender,  pero poco a poco vas a poder ver más claro. Tu interior sabe la respuesta-  hizo una pausa-, no te distraigas, capta la magia del lugar. Cada respiración es la posibilidad de hacer algo nuevo en la vida.


“Pregúntale a tu interior… él tiene las respuestas” “Tu interior sabe que hacer, escuchalo”

En ese momento solo me sonaban a frases hechas de espiritualidad barata oídas hasta el cansancio que me hacían fruncir profundamente el ceño, pero no lo hacía por respeto. Cuanto odié esas respuestas hasta que pude empezar a entender. Si mi interior tuviera las respuestas no estaría acá como una loca mística desesperada tratando de descifrar las señales de cada cosa que se me acerca… ¡O quizás sí!, quizás eso es justamente lo que mi interior estaba marcándome, pero no lo sabía. 

De todas formas, aunque me irritaran un poco, escuchar esas palabras eran un aliento de fe, un salvavidas para un náufrago y podrían reducir un poco la ansiedad que sentía.

De tanto escucharlas me iban entrando por los poros y parecían más creíbles. Al final, el aire que respiras en India te invade aunque no quieras y terminas creyendo, aunque aún no entiendas bien cómo funciona.



Las verdades y las respuestas se le aparecieron a Buda. Le "bajaron" mientras meditaba” Me lo dijeron varias veces, varias personas distintas usando el mismo término: “Bajar”

“¿Bajar?” ¡¿Cómo bajan?! ¡Por dios! ¡Necesito entender! ¿Es en forma de mensaje, sonidos, esfuerzos premeditados, análisis? ¿De dónde bajan? ¿Aparecen así sin más? ¿Debo buscarlas? ¿Surgen de repente…? Preguntas tiradas a la basura…


Cuando uno empieza a creer también se vuelve curioso por las cuestiones prácticas y metodológicas y necesita un poco más de precisión en las respuesta y eso, es algo que al principio hace un poco de vacío.


La simpleza y calma de quien lo decía era casi directamente proporcional a mi cara de incertidumbre. Las palabras me daban fe, pero también me perturbaban. Claro que entendía lo que me decían, pero necesitaba mecanismos más concretos para llevarlos a cabo, instrucciones, resultados y porque no pruebas de algún tipo. La mente de nuevo, queriendo tomar el control y entender. –¡Aquí estoy ! ¿Pensabas que había desaparecido?


Recién varios meses después pude empezar a sentir ese “interior”, esa “intuición” de la que me hablaban. Ese Saber que no aparece, sino que se construye o se habilita cuando uno le da espacio para salir, para hablar, para ser escuchado y lo más importante, la confianza de uno mismo para que pueda existir. Pensándolo bien, creo que lo que se construye es la posibilidad de deconstruir. Deconstruir la voz que lo bloquea, la voz que lo invalida y lo invalidó durante tanto tiempo, desde que crecimos hasta que somos adultos. Lo interesante es que en realidad esos saberes siempre estuvieron ahí, solo que nunca le dimos la valentía ni la posibilidad para alzar la voz y hacerse escuchar. Entonces lo que debemos construir no son los saberes sino la manera en que los miramos. El punto de vista del observador.


–"Te cambió la cara”- me dijo. Me mire al espejo. Era verdad. Tenía otra energía, me sentía más liviana. Así, casi flotando me fuí a caminar las calles de Varanasi.



Caminé entre caos como si fueran algodones. Giré mi mirada hacia un espacio en el suelo lleno de niños y me encontré con Milena, una amiga que había hecho en Rishikesh. Ella hacía unos días que estaba acá. Era argentina. Había ahorrado dinero viviendo en Brasil dando clases de Yoga para venir a India. Su plan era ir a la casa de las misioneras de María Teresa en Calcuta, pero Varanasi la secuestró a ella también y había resignado esa parte del viaje por estar acá.


-Si tiene que ser será, sino será la próxima…


Había venido desde muuuy lejos, un continente muy lejano y miles de horas de avión para eso y lo “resignaba” así como así. A mis ojos antiguos le costaba un poco entender. Amaba su calma para dejarse fluir y desapegarse, aunque ese había sido uno de sus propósitos principales de su estadía en India. Me asombraba, la admiraba y dejaba que mi mente aprenda. Por lo menos me hacía pensar que otras maneras de vivir eran posibles.

Milena se había hecho amiga de los niños del Aarti, esos niños a los cuales los visten de Shiva y los pintan de azul para recaudar dinero,  no sabemos para quién. No lo sabemos pero suponemos: las mafias que en todos los lugares del mundo usan a los niños como escudos protectores y financistas de su miseria. India, uno de los lugares más pobres del mundo, no es la excepción a la regla ni a los negocios de explotación más antiguos. Las fibras insensibles de los seres humanos, eso que nos separa de los animales y nos convierte en miseria humana.


La encontré sentada en el piso de uno de los Ghat rodeada de infantes que dibujaban y la tiraban de sus ropas de un lado para otro. -Les traje algunas cosas que tenía en el bolso, algo de ropa y cuadernos para dibujar. Me pasé todos estos días compartiendo con ellos. Desde que me senté con ellos la primera vez ya me ven desde lejos y me piden para dibujar. No me pude ir de acá… ¿cómo me iba a ir? No tengo  mucho pero es lo que puedo ofrecerles…mi tiempo, sonrisas, compartir. (…) Algo me pareció raro el otro día, una de las nenas me dijo que se llama Sushmita, pero después cuando yo pronuncié Madhu una de sus amiguitas dijo: Ah, se llama igual que ella y la señaló a la “supuesta Madhu”, que rápidamente agregó un Shhh!, por lo bajo. Le pregunté, ¿pero vos no te llamabas Madhu?… Si, si me contesto cambiando rápidamente de tema… Fue todo un poco raro. Ella me dice que viven todos con sus papas, pero estoy segura que no vive con sus papas. Hay cosas que no me cierran, no pueden ser todos hermanitos, los 9… ¿Dónde viven todos estos niños?  ¿Que hacemos con todo esto?


Me hubiera encantado poder responderle, pero tampoco tenía respuestas. Ni siquiera teníamos idea cómo es el manejo de la policía acá y ni hablar que nadie nos escucharía, primero por mujeres y luego por turistas. ¿Cómo se eliminan las injusticias del mundo? ¿Cómo entra a jugar el Karma y la religión en todo esto? India como muchos otros países nos enfrenta a realidades crudas. Muchas de las cuales no sabemos como manejar, no del todo y menos siendo turistas. Preguntas que ya de por sí son profundas y complejas, y básicamente nos involucran como seres de acción. Se vuelven mucho más complejas de entender en un país extraño, donde la sociedad se divide en castas que definen como cada uno debe vivir y donde eso es completamente incuestionable. Casi como una ley natural, como un fatalismo extremo y justificado. Donde hay un machismo legalizado que silencia argumentos y conductas de las más básicas, que por supuesto nos interpelarían muchísimo en otro lugar del mundo y obviamente los condenaríamos fuertemente. Acá, quizás idealizados por la espiritualidad, el karma y la religión, las toleramos un poco más. Las cosas son muy diferentes en India y lamentablemente uno se vuelve algo conformista y  a veces no queda mucha más opción que naturalizarlo y aceptarlo como parte de esta cultura para poder transitar el día a día. Para poder convivir con la miseria, con la desprotección, con la falta de cuidado generalizado, que a veces nos hace reír y muchas otras nos entristece tanto el alma que queremos desaparecer de la tierra. Aquí las justificaciones son otras. Lo tratamos de racionalizar a través de los ojos del Karma, del aprendizaje propio, de la escuela- vida y de las justificaciones espirituales, que sí claro, probablemente son certeras y esperanzadoras, pero no por eso dejan de lastimar, a los que lo viven y a los que lo permitimos. Y también nos lleva a pensar cuales son nuestras acciones según nuestro propio Karma. Cuando ves un niñito en la calle que no se baña hace tanto tiempo que su pelo cambia de forma, cuando ves una persona tirada al costado de la calle durmiendo entre el polvo y la desesperación de una calle feroz, cuando ves los huesos de un anciano que le traspasan la delgada capa de carne… Toda esa miseria humana, que a veces se vuelve tan normal que solo se transforma en parte del decorado.



-El dinero no es la solución ni tampoco podemos ayudar a todos– nos decimos y reflexionamos para esas situaciones tan cotidianas-. El dinero no va a sacarlo de la situación en la que está, y el dinero mal usado también puede ser un arma y seguir contribuyendo a su estado o ayudarlo más en el camino de muerte. Si hay algo que no quiero- me dijo un amigo- es que mi dinero le sirva para autodestruírse, no quiero colaborar de esa forma a eso. Yo nunca ofrezco dinero, siempre pienso en otras maneras...

¿Entonces qué hacemos? y una reflexion paralela, ¿quienes somos nosotros para juzgar según nuestros lentes cual es la manera correcta de utilizarlo?

A veces les damos nuestro tiempo y creo que hoy eso es lo más valioso y comprometido que tenemos. Una charla, una sonrisa, quizás comida, una disculpa, una mirada. A veces hacemos algo,  una ayuda comunitaria, una retribución a esta sociedad injusta para intentar equilibrar un poco la balanza. A veces escribimos, lo visibilizamos, reflexionamos cómo podemos, intentamos expandir nuestra consciencia para intentar accionar aunque sea de alguna manera minúscula, intencional y poderosa en la dirección correcta. A veces no hacemos nada y  eso es lo más peligroso.

-Esas situaciones- me dijo una vez un monje budista- es la posibilidad para que pongamos en práctica nuestra generosidad, y desde esa mirada, agradecemos que nos permitan ejercitar el desapego, el amor y la nobleza propia. También podemos convertirlo en un ejercicio de apertura personal y bendecirlos con todo el amor que nos salga de adentro.

Cuando me fuí de India unos meses a vivir a un país budista y volví todo se me hizo más duro. Sentí más el fatalismo, el abandono, la despreocupación propia, la dejadez, el desamparo. Me lastimó el doble que la primera vez. ¿Cómo cuidarnos a nosotros mismos como a un templo viendo tanta angustia en las calles principales de la India? ¿ Cómo buscar algún tipo de pureza y espiritualidad así?

Esa pregunta volvió a mi mente como el primer día que pisé India. Todo esto está bajo mis ojos y mis propios lentes, por supuesto. ¿Será así para ellos también? ¿Cómo lo sentirán ellos mismos? ¿Cómo es que viven su propia realidad? ¿Tenemos derecho a teorizar sobre ellos desde nuestros privilegios?

Y una vez, ¿ quienes somos nosotros para juzgar como se "debe" vivir?



La situación en relación a las mujeres está cambiando un poco. El machismo despiadado y cultural se ha modificado en muchos lados producto de las mezclas culturales, la lucha de las grandes cuidades y la nueva Constitución promovida por Gandhi. Pero claro que siempre quedan resabios y pueblitos perdidos en la inmensidad de India donde aún es la ley del más fuerte luchando ensimismados en sus propias ideas tradicionalistas. Y el problema es que India es tan tan grande que no lo entenderías hasta que llegues acá. Te sorprenderías.

En la juventud y las ciudades hay muchas mujeres que escapan a eso pero también miles de mujeres, nativas y turistas, que deben- y hemos debido– agachar la cabeza innumerable cantidad de veces  y soportar la energía masculina de India, la inequidad y las innumerables violencias implicítas.

No voy a ponerme a hacer una interpretación de todo esto porque es demasiado complejo y no creo tener las herramientas para tanto, pero de seguro la religión como institución y dogmas en conjunción con el control social que ésta ejerce en la sociedad es lo que hace posible que India se mantenga como se mantiene.

Y una vez más, con total honestidad debo decir que sus saberes antiguos y espirituales nos mantienen tan maravillados que pasamos por alto la enorme cantidad de injusticias que suceden en esta tierra. Casi siempre en nombre del Karma, al igual que ellos…



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