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23 ~ Saliendo de la burbuja



Levantarme temprano y caminar por los Ghats con el sol de la mañana se había convertido en mi nueva meditación. Bajaba al Assi Ghat a las 5am cuando aún era de noche. Presenciaba la ceremonia del Aarthi y veía a los monjes jóvenes con sus candelabros de serpientes de fuegos iluminar la salida del sol entre cantos, mantras y bendiciones. Hacía Yoga con los locales y meditaba con dos señores indios en una roca grande que primero barrían y luego alfombran con respeto para iniciar sus rituales. Era difícil cerrar los ojos para meditar cuando había tanta belleza en frente mío.

A las 8 am del otro día ya estaba con mi mate caminando por los Ghats para conocer la ciudad como yo quería: sola, abriendo los ojos y el alma: conectando. Todos mis sentidos estaban sedientos de absorber saberes, energías y cosas que aún no sabía bien qué eran pero que necesitaba.

Me había puesto un pañuelo en la cabeza a modo local para mezclarme un poco entre la gente y conocer la ciudad desde un lado más auténtico. Entre eso y mis rasgos faciales se ve que funcionó, porque varios empezaron a hablarme en hindi, lo cual me hizo sentir orgullosa. Por supuesto, luego debía responder en inglés, pero la magia ya se había generado.

Mi amiga Ilo estaba con fiebre. Había vomitado toda la noche por unos Palak Paneer y Malai Kofta que habíamos cenado la noche anterior en un restaurante local. Su primo estaba peor que ella. Yo aun seguía invicta, lo que no sabía era que mi turno no tardaría en llegar.

La Guesthouse donde nos hospedábamos estaba a media cuadra del Assi Ghat y por ende del río. Los emblemáticos Ghats sobre el Sagrado río Ganges hacen que Varanasi sea un lugar distinto y le ofrecen la magía para que sea uno de los lugares más importantes de India. Ahí es donde sucede todo. Esas escalinatas interminables que conectan las calles de la ciudad con la pasarela que bordea el Ganges. Cada bajada está contorneada por templos altísimos de los más antiguos del mundo, que se alzan en el aire queriendo tocar el cielo. En la dirección opuesta, la escalera alcanza el río y es el lugar de los baños espirituales de los peregrinos, que cuelgan sus túnicas blancas en las barandas y se sumergen en el agua buscando la purificación del Mother Ganga. Devotos que vienen desde todas partes de India a hacer sus rituales, a bañarse en sus aguas sagradas, a pintarse la frente con las tres líneas horizontales en honor al Dios Shiva y a participar de los famosos Aartis a la orilla del río. Todo eso tiene lugar en los Ghats. Cada día a cada minuto, desde el amanecer hasta el anochecer. Con luz natural y con fogatas de todos los tamaños. Monjes, yoguis, fieles y familias enteras que vienen a realizar las ceremonias de cremación de sus familiares muertos. Hinduístas y también budistas, dentro de los miles de templos, cerrados y a cielo abierto a lo largo de toda la orilla del Río Sagrado Madre Ganga. Si, Madre Ganga, esa es la importancia de este lugar. Mother Ganga.

Todo confluye acá, en cada rincón de la ciudad. Entonces se pueden imaginar que la vibración espiritual de Varanasi es impresionante, algo difícil de explicar. Se vibra una mística inigualable. Ni la contaminación del Ganges, que a esta altura es realmente terrible, impide que siga siendo el lugar más sagrado de todo India, ni que los creyentes se sumerjan 3 veces bajo el agua para obtener la purificación total divina.




Baje unos 30 escalones hasta donde terminaba el cemento y empezaba la playita. El aire y el río estaban teñidos de un naranja crepúsculo que se reflejaba en el agua refractando rayos en todas las direcciones. El sol se elevaba como una pelota de ping-pong gigante. No vi bolas de fuego tan grandes como las manifestaciones de Sol en India.

La arena cubría un espacio amplio hasta llegar a la orilla, que estaba repleta de pequeños barquitos pesqueros de todos colores, y consecuentemente gaviotas que sobrevolaban en él. Tranquilamente podría ser una playa, pero no lo era.

Cada uno hacía sus rituales matutinos: barrer el polvo de la vereda con sus escobas miniatura, armar los puestos callejeros y preparar el Chai, meditar o simplemente sentarse a contemplar la maravilla de lo que pasaba en frente. Tan simple y grande como eso. Así que eso hice también yo, me senté a observar.

La energía era de una de las más calmas y puras que sentí en mi vida. Todo estaba teñido de colores arena y rosa, con una magia particular que es difícil de describir. Una especie de resolana mística que hacía toda esa belleza un tono más pastel de lo que en realidad era. Horas después iba a enterarme que no solo era “resolana mística”, también eran altos índices de Smog que superaban los límites que permiten el desarrollo de la vida…pero resolana mística seguía sonando más romántico. De algo hay que morir y donde mejor que acá. Acceso directo al cielo dirían los hindúes.

Varanasi es la ciudad más antigua de India y aunque no muchos lo saben, una de las ciudades más antiguas del mundo también. Sí, más incluso que las pirámides de Egipto aunque evidentemente no tan populares como aquellas-, ¡por suerte! Los templos que contornean el río son de una belleza indescriptible. Un romanticismo tan particular que no lo he visto ni en las calles de Roma. Torres rosadas con balcones circulares de años inmemorables y columnas talladas al detalle que acompañan una orilla que parece no terminar nunca. Las mujeres con sus túnicas de colores, los Saris colgando desde los balcones, los toques coloniales de todo y la música india que baña cada rincón por los altoparlantes, te hace sentir que de verdad estás dentro de una película del 600 antes de Cristo.


La cuna de la música clásica india, la ciudad de los sabios, intelectuales y eruditos que empezaron a enseñar sánscrito y letras. Uno de los centros culturales, religiosos y  filosóficos más importantes de India y el origen energético de muchas cosas. El sistema numérico matemático como hoy lo conocemos y también la noción del cero. No es casualidad, ¿no?. La nada y lo infinito, que no es un simple detalle ni menos simbólico que todo lo que dije antes. Llamenme fanática y perdón si los aburro con tantos datos, pero creo que este lugar debería ser declarado una de las Maravillas del mundo. Quizás lo sería si no fuera por el temita del Smog.

De todas formas, qué fortuna que no lo sea. Varanasi aún conserva la mística de un lugar local, auténtico, milenario y de lo más real de India, que atrae a personas simples que realmente tienen que llegar ahí y que necesitan maravillarse con todo eso. A los de buen karma, te dirán los indios y a muchos que están en un proceso de despertar. Casi sin quererlo, ahí estaba yo.

Había llegado casi por accidente….“accidente”. A esta altura de la vida solo creo en las causalidades, así que no podía más que considerarme una afortunada.

Era la ciudad prohibida, la ciudad que había tachado de la lista a propósito. La ciudad peligrosa, la ciudad de los fuegos ardientes, de energía Shiva, de muerte y transmutación, de crudeza social y de pobreza. A mi me transmitió paz casi automáticamente. Una paz distinta, una que no había encontrado desde que había llegado a India varias semanas atrás. Una paz que no me habían dado ni el aire puro de los Himalayas ni el color verde del Ganges donde todavía está limpio.

La ciudad de las leyendas. Un lugar controversial que no pasa desapercibido. La ciudad que me hizo empezar a entender lo que se vive en India y como se lo vive. El lugar que, sin saberlo, me hizo empezar a enamorarme de India.





Levantarme temprano y caminar por los Ghats con el sol de la mañana se había convertido en mi nueva meditación. Bajaba al Assi Ghat a las 5am cuando aún era de noche. Presenciaba la ceremonia del Aarti y veía a los monjes jóvenes con sus candelabros de serpiente de fuego iluminar la salida del sol entre cantos, mantras y bendiciones. Hacía Yoga y Pranayama sentada con los locales y meditaba con dos señores indios en una roca gigante que primero barrían y luego alfombran con respeto para iniciar sus rituales. Me era difícil cerrar los ojos para meditar cuando había tanta belleza en frente mío.

Cada mañana miles de gaviotas sobrevolaban los barquitos en bandadas, haciendo círculos inmensos en el aire y dibujando manchones en el cielo de una forma que nunca vi. Como si bailaran al compás de la música india que salía por los altoparlantes de los templos. Todo estaba perfecto a esa hora. Ahí no llegaba ni el ruido de las bocinas, ni las multitudes ni el caos de la ciudad. Como una burbuja dentro de otra burbuja. Como la sensación de estar flotando en un sueño. Creo que eso es lo que te da India… tiempo. Algo de lo más invaluable en los tiempos veloces en los que vivimos. Tiempo.

Y lo más importante. Acá no hay monos.




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