
¿Y si conseguís eso que tanto querías? Tu casa en la montaña, el perro, los árboles y un día pasa algo y la casa se te prende fuego ¿qué? ¿Ahí se acaba tu felicidad? ¿Todo pierde sentido nuevamente? ¿De verdad vas a atar algo tan sagrado como tu felicidad a algo material?
El ovillo que traía ya me había comido por completo. Ya no me reconocía.
Estaba mareada, no sabía bien por donde de todos los sentimientos de confusión empezar, pero haber tenido el coraje para escapar a India era por lo menos esperanzador. No menos aterrador, por supuesto, pero ya había dado un gran paso hacia la libertad.
Había saltado y de alguna manera había empezado a alejarme de lo que sabia que tenia que alejarme. Eso ya era algo para celebrar.
Ya había empezado a validar mis angustias, mis miedos y a empezar a escucharme, pero no a la “yo” de siempre, a la del Ego-mente que se pavoneaba con una supuesta verdad que ni siquiera era propia realmente. Había empezado a escuchar a la otra, a la vocecita pequeña que habla desde el fondo, la que tenia dudas, la que necesitaba cosas, la que rogaba por ser escuchada. Por momento sentía que me estaba volviendo loca. –¿A quien estas escuchando? En otros comprendía esos puntos de individualidad donde solo uno mismo puede responderse y trataba de tomar aire y respirar. Estaba escuchando a esa voz que nos enseñaron a reprimir, porque es caótica, infuncional e incierta. Esa que balbucea, que no habla claro. Esa infantil, que cree en las cosas que no ve, esa que conecta cosas de forma rara, que nos asusta por sentirse incomprendida. Esa que quizás lo único que necesita es el lugar y la voz para poder ser otra cosa. Como todo. Quizás al final lo único que requiere es un poco de amor y espacio para empezar a tomar forma. A esa cosa rara que aún no entendía totalmente es lo que le estaba delegando el timón de mis próximos meses. – ¡Genial! – pensaba mi mente- Que inteligente…

Mi cabeza me decía que pare. Ponía carteles de peligro y señales de no retorno. Pero en el mismo momento que saque mi boleto a India sabía que esa vocecita pequeña iba a tomar el control e iba a amordazar a la del Ego-mente. Y así fue. Le vendó la cara y la escondió en el sótano. Al final no era tan débil como parecía.
–Hasta que puedas empezar a “ver” de otra manera vas a dejar de estar el mando–
Dijo la vocecita al mismo momento que crecía un poco de tamaño.
– No es fácil, lo sé, estuve ahí mucho tiempo. Tómalo con calma, no es tu culpa, igual te amamos, pero vas a necesitar tiempo y aprender a ejercitar otros sentidos. Te vamos a ayudar, nos vamos a ayudar a las dos, solo confía. Por una vez, solo confía.
– ¡¿Por una vez solo confía?! Como si fuera tan fácil…
No pudo responder. No le quedo otra opción. Había sido deliberadamente amordazada. Íbamos a entrar en el túnel del conejo de Alicia en el país de las maravillas y las tres lo sabíamos. Las dos voces y yo, que de alguna manera era otra entidad diferenciada, porque podía presenciar con asombro estas conversaciones tan particulares entre ellas.
De alguna manera estaba poniendo mi vida en manos del algo que no era yo, no la “yo” que conocía hasta el momento. Me había movido. ¿Me estaba enterrando más que antes o me estaba preparando para tomar carrera? Para saltar tan tan alto que entre eso y volar no habría diferencia. Eso era lo que rondaba sin parar por mi mente y solo el tiempo iba a responder esa pregunta, así que no quedaba otra opción más que darle espacio a esa nueva variable. Tiempo al tiempo, como dice el dicho.
Había tomado una de las decisiones más extremas e inconscientes de mi vida, que no tenía que ver con solo dejarlo todo para venir a India, ni con hacerlo sola, ni con no haberle podido decir a nadie de esta decisión, ni con sentirme perdida y con el corazón desecho. Lo que me aterraba verdaderamente era que dentro mío sabía que esto probablemente iba a ser un acto, acto en el sentido pleno de la palabra. Ese movimiento del cual no salís igual que como entraste, esa desición que cambia las cosas de entidad. Ese movimiento transformador. Sabía que probablemente después de esto no iba ser la misma- en realidad justamente eso era lo que buscaba-, pero estaba aterrada. ¿Quién soy? Y peor aún, ¿Quién quiero ser?

Una parte de mi se sentía taaan segura con su título profesional y con la identidad social que mi estudio y mis camisas me habían construido. Psicóloga. Tenía una profesión, un título, un ancla, una estructura. Todas cosas rígidas. ¿En eso consistía mi identidad? ¿Eso verdaderamente me definía?
Lo que no podía darme cuenta en ese momento es que la verdadera esencia no puede perderse ni esconderse. Que siempre sale a la luz y que lo que tiene que ser siempre termina siendo, siempre te encuentra. Quieras o no.
Que a veces ni siquiera es cuestión de perseguirlo, que a veces se parece más a estar alineado con uno mismo lo suficiente para vibrar en ese campo electromagnético que allana el espacio y abre los caminos, para que eso que es para vos finalmente te encuentre.
Que a veces ni siquiera se trata de manifestar, porque muchas veces no sabemos todo lo que necesitamos realmente, ni tampoco podemos ver tan claro y tan amplio como lo hace el universo.
El punto es que para realmente poder ver eso hay que construir otra manera de mirar. Una que por lo general no manejamos tan bien.
-¿De verdad estas pensando en perder tu identidad, una vez más?– Mi Ego se retorcía desde la cueva.– ¡Basta ya! ¿Querés matarme?
La formula de la supuesta felicidad no me estaba dando resultados, necesitaba mirar de otra manera. Precisaba enfoque, disciplina, aprender a soltarlo todo, a salir del ovillo aunque por el momento no pudiera resolverlo. Necesitaba poder hacerlo todo a un costado sin que eso implique una negación y a empezar a caminar con fe. Dar pasos aunque no supiera exactamente adonde iba, aunque sabía que probablemente iba a sentirse oscuro por un rato largo, tenía que forzarme a caminar, también en esa oscuridad. Necesitaba paciencia y sobre todo empezar a mirarme con amor y compasión, así que la última fuerza que me quedaba trate de ubicarla en esa dirección. Casi nadie sabía que estaba en India, ni mi familia ni mis amigos, ni siquiera mi madre. Fue durisimo, pero de alguna manera eso me daba cierta liviandad. La ligereza del anonimato. No tenía boleto de regreso ni tampoco nadie que me estuviera preguntando que iba a hacer, cuales eran mis próximos pasos o cómo iban las cosas. Eso era un gran alivio, porque las cosas no iban bien. Me estaba regalando tiempo y el permiso de animarme a ser. Le estaba ganando una batalla a mi mente permitiéndome flotar. Eso solo ya era un gran triunfo.
No sabía bien por donde comenzar a tirar del hilo de este ovillo antiguo, pero esta ciudad parecía tener algo de lo que yo necesitaba. No era un lenguaje que aun pudiera entender del todo, pero mi cuerpo lo comprendía de otras maneras. Empezaba a sentirse a gusto. No estaba segura por donde empezar a buscar, pero iba a dejar que mis sentidos los absorbieran todo como si mi mente no estuviera ahí, como si fuera solo una esponja. Sin pensamientos, sin juzgar, como si no tuviera la tensión de una dirección que perseguir, como si no estuviera desesperada, como si no fuera una de las decisiones más importantes de mi vida y mi propio rumbo el que estaba poniendo en juego.
Como si tuviera la sabiduría de la templanza, de poder conservar la quietud en el caos. Solo poner la atención sin ningún objetivo. El punto perfecto entre el disfrute y la relajación, la presencia plena.

Comments