
Era de noche. Todo estaba lo bastante vacío como para asemejarse a una película de zombies y la llegada del Apocalipsis. Intenté conectar con lo que veía: los famosos crematorios del Ganges que tanto me habían hablado. Camine lento con la calma necesaria para abrir mi alma, para dejarme atravesar, para explicarle a mi mente que lo que estaba debajo del fuego eran cuerpos humanos, pero por más que lo intentaba no sentía tristeza. Más bien era como una especie de calma, neutra, sin colores… ¿Qué es esta sensación? ¿Es paz? ¿Con que así se siente acá la muerte?
5 de enero
Desde que vislumbramos la estación hasta que llegamos a poner un pie en ella pasó casi una hora. Lo primero que hicimos cuando bajamos fue negociar precio con los Tuc-tuc, mitad en inglés, mitad en hindi. Era de noche. Los conductores nos acechaban como carne fresca. Varanasi es una ciudad grande y teníamos que atravezarla por completo.
Nos metimos los tres y nuestros bolsos en un Tuc-tuc de 1 metro de ancho. La calle era un completo caos y decir "completo caos" en India donde todo ya de por sí es bastante caótico, realmente es un montón. Motos, autos y Tuc-tuc a toda velocidad y en todas las direcciones. Bicicletas-taxi, vacas libres, masas de gente, carteles luminosos y ruidos interminables de bocinas ocupandose todo el espacio. Fogatas en el asfalto congregando círculos de personas y también animales, recordándonos que estábamos en pleno invierno.
Una vez más, el famoso juego de esquivar obstáculos que no puede más que hacerte fruncir el ceño forzandote a descifrar cómo puede “funcionar” todo eso junto sin que mínimamente se produzca un desastre. Imposible que no te haga esbozar una sonrisa, una mezcla de adrenalina, preocupación leve por tu vida y admiración.
Estos seres podrían controlarlo todo si quisieran.
Esto también es magia India. Esa capacidad de funcionamiento en el caos. Impresionante.
Nos hospedamos en una Guest House que mi amiga Ilo conocía a media cuadra del río. Desde que vi la ciudad en las orillas del Ganga fue amor a primera vista.
Llegamos de noche. Nos recibió un amigo de ella que estaba parando en Varanasi hacía dos meses.
Acá no hay caudales de agua para bañarse, ni montañas ni espacios verdes. Hay muchísima gente, muchísima contaminación espacial, visual y atmosférica, y por supuesto, el río no es una excepción. No se puede nadar y tan solo meter un pie no siendo indio sería considerado un acto de valentía que rozaría la inconsciencia.
-¿Qué estuviste haciendo dos meses acá?- le pregunto Ilo.
-Estoy escribiendo una obra, no tengo mucha plata. Conseguí un cuarto lindo y la comida es buenísima, la hacen ellos. El thali es increíble y tienen unas bolas de chocolate que tienen que probar, se van a volver locos. Cuando me aburro salgo a caminar, me tomo un “Bang lazy” y me voy a sentar a los crematorios. Me gusta el más pequeño, es más underground. Ese es para quienes no tienen dinero para pagar el crematorio principal o han llevado una vida “impura”. Los homosexuales, los marginados, los sectores más rezagados de la sociedad. Me siento en los bancos y paso el tiempo ahí.
El Bhang Lassi es un yogur con marihuana que venden en unos puestitos callejeros.
De alguna manera la marihuana, la espiritualidad y Shiva aquí se relacionan. Se dice que Shiva utilizaba la marihuana para rituales espirituales y expansiones de conciencia. Formas de poder para ir más allá de los límites corporales, abrir otras conexiones.
Evidentemente con el paso de los años se extendió a formato yogur.
Varanasi es la ciudad de Shiva y, por extensión, la ciudad del Bang Lassi por excelencia también. Hay varios locales callejeros que los venden en forma “legal”, con opciones de sabores y graduación de intensidades. La verdad es que pega bastante y se volvió popular en el paquete de turismo joven y curioso.
La Gran Varanasi tiene lugar para todos los perfiles.
Nos metimos por las callecitas angostas en zig-zag donde no caben más de dos personas caminando codo a codo. Sus formas curvas y diseños inexactos como laberintos. Cada tres casitas de por medio hay un mini santuario. No exagero. La mayoría son una especie de cuadrado empotrado en la pared, casi siempre todo pintado de rojo, donde cabe la estatua de algún Dios, una campanita para agitar como en todo templo hindú, humo de incienso que impregna el aire de magia y un espacio para las ofrendas de quienes pasan por ahí: dinero, alimentos, cigarrillos o flores.

Muchos son los dioses conocidos. Otros, simplemente espacios o formas sin forma que representan formas. India, jamás lo entenderías diría un amigo. No son caras, ni cuerpos, a veces son solo formas, como una plastilina que abre la posibilidad a evocar miles de representaciones. Entonces no es lo que es, sino lo que representa. Claramente lo entendieron todo. La infinitud de posibilidades.
Nunca vi un lugar con tantos templos juntos. Acá la espiritualidad no puede evitarse aunque quisieras. Creo que eso es lo que me gusta. Todo te lo recuerda a cada paso.
Cada callecita está repleta de puestos callejeros. Street food, comida local, verduras, especias, los famosos dulces indios- los locales más relucientes donde más de uno quisiera hospedarse-, vendedores de coco, chai, locales de ropa hippie, prendas de telas naturales y vendedores de incienso. Muchos de los locales son espacios tan pequeños que los vendedores solo caben sentados cruzados de piernas, rodeados de sus mercancías. Frutas y verduras de estación, antiguas balanzas de metal que representan la justicia y bolsas hechas con papel de diario con lo que envuelven todo lo que te lleves. Armadores de cigarrillos indios en hojas de tabaco y artesanos de bocadillos de pastas de colores, que envuelven en una hoja de árbol y la cierran en forma de paquetito directo para el consumidor. Artesanos del tiempo.
El amigo de Ilo nos hizo un tour que preferí olvidar. Ni consumí Bang Lazy ni quería conectar con la cuidad de esa manera, así que eso hice: lo olvidé y al día siguiente decidí levantarme bien temprano para ver la ciudad a mi manera.
Después de recorrer todos los laberintos bajamos a los crematorios.

Caminamos por los Ghats bordeando el Ganga. De repente a lo lejos, como en una vuelta de esquina, empiezan a asomarse los fuegos sobre la orilla del río. Podían verse las llamas como hogueras que pintaban la noche de naranja y te hacían sentir esa calidez aunque estuviéramos a largos metros de distancia.
No me olvido de ese primer acercamiento ni de mi sensación. Era tarde. Pleno invierno. Todo estaba lo bastante vacío como para asemejarse a una película de zombies y la llegada del Apocalipsis. Intenté conectar con lo que veía: los famosos crematorios del Ganges que tanto me habían hablado. Para bien y para mal, el lugar de las leyendas. Lugares como este generan impresiones muy distintas en cada uno. Le tenía mucho respeto a este lugar. Aún no sabía cómo iba a ser para mí pero me había preparado mentalmente. Camine lento, tanto externa como internamente, con la calma necesaria para abrir mi alma. Para dejarme atravesar, para percibir mis sensaciones y tomar conciencia que eso que estaba debajo del fuego eran cuerpos humanos. Cerré los ojos. Lo visualice. Construí una imagen, una representación mental, pero por más que lo intentaba no sentía tristeza, ni tampoco dolor. Era más parecido a no sentir nada, como un sentimiento neutro. Sin colores. Como una especie de calma, un cese de estímulos.
¿Qué es esta sensación? ¿Paz? ¿Así se siente acá la muerte?

21 ~ Orígenes.
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