
Para los primeros días de enero había decidido hacer un Vipassana, un retiro de silencio en Bodh Gaya, un pueblito muy humilde cerca de la ciudad de Calcuta. No había podido conseguir boleto y unos amigos iban para Vanarasi, así que la única manera que se me ocurrió para llegar a Bodh Gaya era hacer una parada técnica con ellos y luego seguir ruta. Así fue como llegué a la Ciudad Sagrada, por “casualidad”.
4 de Enero
Desde Rishikesh hasta Varanasi el tren tarda 14 hs, que por el invierno y la niebla se hicieron 18. Las distancias en India son enormes pero, por suerte, los trenes vienen con camas para dormir. Dependiendo la clase que cada uno elija viajar, pueden ser dos o tres literas sujetas una misma pared, de ambos lados de cada compartimiento. Los espacios son abiertos, no llegan a ser un camarote. Así que si viajas en tercera clase, compartís el espacio con 5 personas más como mínimo. Arriba, abajo y a tu costado. De día, la cama del medio se levanta y transforma en respaldo y permite que todos los de esa misma pared puedan darle un respiro a su espalda y sentarse erguidos como un Homo Sapiens Sapiens, en una butaca normal, compartida para los tres bellos durmientes de esa misma pared. Justo en frente, solo a 0,80 cm de sus caras, están los tres seres de las camas cucheta de enfrente. Como se imaginaran, por la cantidad de horas y por lo reducido de los espacios, es un grato momento de fuerza mayor para entablar conversaciones con tu vecino espacial, que poco a poco a lo largo del viaje se transformará en tu nuevo hermano.
Si hay algo que les gusta a los indios es charlar y más si sos turista.
La verdad es que les llama mucho la atención ver a personas de otros países y son bastante curiosos. Si les das un poco de pie, van a querer conocerte, saber como te llamas, preguntarte de donde sos, asombrarse por tu respuesta y saber que estás haciendo acá en India. Si sos mujer, la pregunta siguiente será si estás casada, obviamente, y esto va a abrir debates filosóficos y actuales de cómo es la vida a ambos lados del mundo, dejando boquiabiertos a ambas partes con seguridad. Charlas que podrían durar horas si ambos quisieran, pasando por todos los mandatos sociales, familiares y costumbres.
Las conversaciones se vuelven profundas rápidamente. Te la vas a pasar hablando de la vida, la muerte, el karma y la religión, conociendo la historia de todos sus dioses si así quisieras.
Como se imaginaran, viajar en tren es toda una experiencia. En realidad, casi todo en India es una experiencia, así que no habría razón por la cual los trenes serían una excepción. Es común ver grandes familias corriendo en el andén, desesperadas por subir para tratar de ubicar toda su cantidad de valijas vacacionales en cualquier hueco posible, desplegando varios tupper con comida y armando hermosos picnic viajeros. También turistas perdidos tratando de entender a qué vagón pertenecen, por qué motivo los carteles numéricos no están ordenados respetando algún orden o lógica y cual es la razón de que los mismos cambien de numeración justo cuando el tren se aproxima, provocando corridas similares a las de toros en España.

El baño también es comunitario, con opciones según preferencias y/o nacionalidad y acá nos damos cuenta nuevamente, por si no lo habíamos notado, que estamos en India. El baño con cartel de “Indian” tiene una letrina en el piso como es usual aquí. El que dice “Western”, en cambio, nos recuerda nuestra selectividad escatológica dando espacio a un inodoro que se alza sobre los aires ferroviarios, mostrando los avances del desarrollo moderno.
Los culos también tienen preferencias. Poco nos enseñan a los occidentales que, según la fisonomía de nuestro cuerpo es mucho más fácil, recomendado y hasta ergonómicamente más sano el tránsito intestinal en posición de cuclillas. Poco le importa a los culos occidentales tal descubrimiento. Por lo menos no hasta que sus cuádriceps se ponen fuertes y musculosos como los de un indio. La verdad es que lentamente empezamos a acostumbrarnos, por razones de fuerza mayor y también por cuestiones higiénicas. El fin de la historia es que los culos, como quienes los portan, también sobreviven y se vuelven menos exigentes.
En mi vida había dormido en un tren, por lo menos no uno que tenga camas. Había bastante gente escuchando videos sus celulares a todo volumen estilo India, sin respeto por la contaminación auditiva, pero la verdad se sintió hermoso. Me desperté antes que nadie y aproveche el silencio del amanecer que es casi un tesoro. La resolana de la mañana entraba por la ventana. Escribí en mi cuaderno mientras admiraba los paisajes campestres y la vida rural en los pueblos, mientras dejaba que mi mente naufragara. Todo tenía aires antiguos con cierto romanticismo de época. Como estar en una peli diría una amiga. Y ahí, sentada con las piernas cruzadas tapada con una cortina pequeña, recordé lo bien que me sienta viajar de esa manera. Recordé lo hippie que soy y también lo que fui. Mis viajes en carpa de adolescente y no tan adolescente por todo el país. El “hacer dedo” y el viajar como local. Las europas me habían aburguesado un poco.
– Sos una maldita hippie, no sé qué en qué momento de la vida pensaste que no iba a ser así.- Fueron las palabras de una hermana de la vida tiempo atrás. Ahora volvían en imágenes y nuevas viejas experiencias. El cuerpo tiene memoria dicen y hay cosas que no cambian. Todas esas palabras se me venían a la cabeza mientras miraba por la ventana del tren, el paisaje y mi reflejo en él como un holograma. Me iba reconociendo de nuevo. Me sentía libre. Pocas cosas son tan hermosas y placenteras como mirar por una ventana con ruedas. Instantes que las aerolíneas aéreas a seres como nosotros no podrán arrebatarnos nunca. Hippies románticos con noción del tiempo.

Comments