13~ Vivir en un Ashram. Parte 1: Shiva, caos y destrucción.

21 de diciembre.

Antes de venir a India había planeado hacer un retiro de 10 días en uno de los Ashram más famosos de Rishikesh sobre los Yoga Sutras de Patanjali. Los Sutras son como la Biblia del Yoga para decirlo en nuestro idioma. Es un texto muy antiguo escrito en sánscrito con los fundamentos de la doctrina yóguica para empezar por donde hay que empezar, por el principio.

Una vez acá, después de las conexiones místicas que había hecho y los monjes que había conocido en las calles ya no quería meterme en el retiro. Ellos me parecían más reales que un programa escolar en una cuadrícula. Me gustaba el underground. Poco a poco había encontrado algo parecido a una “rutina”. Durante el día iba a visitar al monje y en las tardes escribía sentada en el Budha Delight mirando lo verde del Ganga con mi té de jengibre, limón y miel- lo más potente que podía conseguir acá en Rishikesh.

El retiro había empezado justo la noche anterior, la misma noche que se jugaba la Final del mundo. Había resignado estar en Argentina pero aún me quedaba algo de sangre en las venas. Después de convertirnos en Campeones del Mundo, me levanté a las 5 am aún sin decidir si iba a ir al retiro o no. En la charla inicial había solo 5 personas. Entre esas 5, había una sola chica extranjera y de mi edad, que era rusa pero casualmente vivía en Copenhague muy cerca de mi ex casa. Me pareció llamativa la “coincidencia”. Dinamarca es un país diminuto, eramos solo 5 personas aquí y me encuentro a casi una vecina del barrio. Lo anoté en mi espacio mental para señales cósmicas. Cuando uno no sabe bien que decidir pero cree en las conexiones energéticas estas cosas cuentan y en India si estás lo suficientemente atento de eso sobra. Así que Gulnara fué lo que inclinó mi balanza.

Después de haber dormido 2 horas junté mis cosas en 15 minutos y aún sin estar completamente convencida llame una moto y me fui al Ashram. A esa hora, en medio de las callecitas de tierra el pueblo parecía más lindo. Por supuesto, con el sol en la cara y sintiendo los últimos aires de libertad todo se vuelve más especial. El brillo particular de lo que estamos cerca de perder. Benditos seres humanos.

Llegué al Ashram justo para la clase de Chanting  que ya había empezado. Atravesé todos los jardines hasta el final. Cruce una calle y luego otro edificio con otro jardín, lleno de monos. Entré en silencio al salón. Las mismas 5 personas de ayer sentadas en el piso en unos almohadones.  Al frente una monja de unos  50 años, con túnica y dupatta color naranja. Al lado de ella, entre las sombras, una escultura del Shiva danzante y una vela encendida.  Pedí disculpas por llegar tarde y me senté. Me dieron un cuadernillo de fotocopia con palabras en sánscrito, que no es hindi, es parecido pero más difícil y más antiguo -me dí cuenta porque a los hombres indios que estaban ahí también les costaba un montón repetirlo.- La monjita empezó a cantar, subiendo y bajando de tonos. Nos pidió que repitamos con ella y empezamos a cantar por fonética. El chanting tiene muchos matices, tonos y acentuaciones de las palabras en sánscrito. Son un conjunto de letras consonantes que no sabes bien cómo pueden estar tan juntas todas ellas con tan pocas vocales en el medio. Una agrupación admirable. Hay palabras con más de 20 letras y más de la mitad son consonantes. Increíble. No sabes ni cómo se podría llegar a leer eso. Era como mirar el pizarrón de Einstein cuando estaba  empezando a escribir la teoría de la relatividad. Y como si eso no bastara, para sumarle un poco más dificultad, cada sílaba tiene un guión arriba o abajo y otras puntuaciones que indicaban cómo se debe cantar: tono arriba, tono abajo, tono largo, tono corto o si solo silencio. Aquí los primeros Sutras en sánscrito y debajo su pronunciación (con los caracteres que faltan que son tan viejos que no son posibles de insertar en los teclados modernos)

अथ योगानुशासनम् 1- Atha yogānuśāsanam योगश्चित्तवृत्तिनिरोधः 2- Yogah cittavṛttinirodhaḥ

तदा द्रष्टुः स्वरूपेऽवस्थानम् 3- Tadā draṣṭuḥ svarūpe’vasthānam

वृत्तिसारूप्यमितरत्र॥४॥ 4- Vṛttisārūpyam – itaratra

वृत्तयः पञ्चतय्यः क्लिष्टा अक्लिष्टा 5- Vṛttayaḥ pañcatayyaḥ kliṣṭā akliṣṭāḥ

प्रमाणविपर्ययविकल्पनिद्रास्मृतयः 6- Pramāṇa viparyaya vikalpa nidrā smṛtayaḥ

Esta era una de mis "palabras" favoritas:

Abhyāsavairāgyābhyām tannirodh |

Sí, lo que lees, es una palabra, bueno dos de hecho. Quiere decir “Práctica del desapego”

Yo, que aún estaba en duda de lo que estaba haciendo ahí, me miro a mi misma desde afuera como si pudiera suspenderme en el aire y me quedo físicamente paralizada mientras mi mente se roba todo el espacio: -¿Qué es esto? ¿Qué estoy haciendo acá? ¿Por qué cantar en un idioma que no conozco me va ayudar a conseguir lo que estoy buscando? ¿Cuál es el fin de todo esto? Y la conclusión final: No hay manera de que yo pueda cantar esto nunca en la vida.

Aparte de un entrenamiento a la paciencia, no le veía un fin práctico a esto en la vida real. Elke, una mujer alemana de ojos azules que estaba en el grupo cantaba muy bien. El resto éramos malísimos, incluso los indios. El manejo de los tonos era complicado y la pronunciación lo era aún más. Después de un rato de práctica, nos pidió que cantáramos en forma individual. Me escuché a mi misma y me sorprendí. –¡Casi perfecto!- pensé. Ella me miró con cara de piedad. No comprendí porque.

-¿Es la primera vez que cantas? No te preocupes, vas a ir mejorando poco a poco- me dijo con una sonrisa amable entre dientes. Me sentí humillada.

La clase duraba casi 2 horas. Dos horas de repetir frases en otro idioma una y otra vez mientras la monjita nos corregía como si estuviéramos en la universidad, como si de verdad quisiéramos aprender sánscrito. A mí no me interesaba aprender sánscrito, aún no entendía bien porque era parte del programa- y estaba segura que salvó a Elke, al resto tampoco le interesaba- pero la monja se lo tomaba muy en serio. Yo aún tenía mil emociones y mil dudas. Todavía seguía con ese sentimiento de no querer estar en ningún lado. Aún me seguía doliendo todo, no estar en Argentina, mentirle a mi madre, haber tomado esta decisión, mi futuro y la angustia que cargaba hace tiempo. Tenía una misión y muchas cosas que resolver, no me interesaba ni hacer amigos ni jugar al karaoke sánscrito a menos que me dijeran que con eso iba a alcanzar la paz mental que estaba buscando, pero obviamente no lo hicieron. No podían.

Salí de la clase y me fui directo a mi habitación a dejar mi bolso. El cuarto era deprimente, pintado de color amarillo viejo y casi sin luz natural. El baño olía fatal. Había dos camitas en un cuarto pequeño con la foto del Guru del Ashram en una de las paredes. El cuarto individual era más caro, pero por fortuna para mí el grupo era impar así que por descarte me tocó cuarto individual al mismo precio. ¡Gracias a Dios!, no quiero imaginarme todo lo que estaba viviendo, en un cuarto de mierda y encima compartirlo con otra persona a menos de medio metro de tu cara. Las sábanas estaban manchadas, había un pelo en la almohada que no era mío y el agua era solo fría aunque estábamos en pleno invierno. La ducha era un mini-baldecito plástico para echarte vos mismo y la luz se cortaba cada media hora. La única ventana que había daba a un corredor interno y la persiana para abrir estaba rota. Me mire a la cara en el espejo del baño.

– Mierda– pensé- encima de todo me está saliendo carisimo…Esto no puede ser real. Aún recuerdo esa sensación de estar en shock y querer huir al mismo tiempo

Llamé a Kaare casi desesperada. Últimamente en esos momentos que estoy desesperada lo llamó a él. Siempre encuentra las palabras indicadas que calman a la fiera.

-Tranquila, tenés que darle tiempo. Es algo completamente nuevo para vos, es lógico que sea extraño y que quieras salir corriendo. Nunca cantaste en sánscrito ni viviste en un Ashram. ¿Pensaste que te iba a salir a la primera? ¡Claro!- quería contestar, pero era muy estúpido hacerlo.

-Estás intentando aprender algo nuevo, tienes que ser amable con vos misma. Uno debe ser amable con uno mismo cuando está aprendiendo algo nuevo. Lo que me decía era obvio, pero necesitaba alguien más de carne y hueso que me lo dijera, que me dijera que no estaba es una puta película de Hollywood. Todo se ve más gracioso en las peliculas pero no lo es tanto cuando es tu propia vida y te ves a vos mismo en un agujero. –Respira, anda paso a paso, día por día, con calma y con paciencia. Dale tiempo a tu cuerpo para aclimatarse, siempre puedes irte si quieres luego, pero tómate unos días a ver que pasa. Si me quedaba, con lo caro que había salido el retiro no iba a salir de ahí hasta convertirme en María Teresa de Calcuta. Le conté sobre mi madre y la decisión que había tomado de no decirle nada de que estaba en India, ni a ella ni a nadie ¿Quién iba a ir a cuidarla si le agarraba un ataque de ansiedad después de la noticia? Yo no podía hacerme cargo de eso, ya tenía demasiado conmigo misma. Tenía cosas importantes que necesitaban mi energía y no iba a irme hasta que lo resolviera. Pero paradójicamente estaba iniciando un camino espiritual y buscando verdades… ¿Debería decir la verdad? ¿A qué precio? ¿La verdad nos haría más libres? ¿Nos daría paz a ambas? ¿Decírselo va a darle paz o va a hacerla vivir un calvario cada día que yo esté en India? ¿Qué es lo correcto?

Cuando le dije a mi madre que quería ir a India se asustó muchísimo y me dijo que haga lo que quiera pero que ella no quería saberlo. ¿Debería respetar su decisión o reafirmar mi ego? ¿Debería imponer mi independencia y dejar de mentir o aceptar su elección?

Me era muy difícil hacer vídeo-llamadas simulando estar en Copenhague, feliz, con amigos y mi ex pareja, celebrando el mundial en vísperas de las fiestas como si nada pasara, mientras en realidad estaba pasándola como la mierda sola en un Ashram. Pero más difícil que eso iba a ser tener que cargar una mochila más que encima no era mía.

Lo dejé sin palabras. Él tampoco sabía qué decisión tomar, eso me dio algo de tranquilidad. -Lo que decidas va a estar bien si lo sentís así, la respuesta ya va a llegar. Odio que diga eso y no explique ni cómo, ni cuándo ni dónde.

Lo correcto y lo incorrecto , lo bueno y lo malo. A veces son sólo perspectivas y entender de qué nos podemos hacer cargo en este momento y de que no, y los precios que vamos a tener que pagar por ambos con las posibilidades y energía que manejamos en este presente. La decisión ideal no siempre es viable si no tenemos la energía para poder sostenerla, y estaba empezando a entender que a veces tampoco existe tal decisión ideal. Solo elecciones y consecuencias. Todos me decían que lo que hacía era una locura, pero nadie la conoce a mi madre mejor que yo y nadie me iba a venir a resolver mis problemas si las cosas se ponían difíciles. Así que por primera vez empecé a escucharme más a mí misma que al resto. Al final, nadie mejor que yo sabe lo que necesito ahora, y ahora lo que necesitaba era la mayor cantidad de paz posible que pueda venir desde afuera, ya tengo bastante kilombo adentro para contrarrestar. Eso también era parte de mi aprendizaje.

Tuve la última sesión con mi psicóloga en un pasillo del Ashram mientras veía a un mono colgarse del alambrado. Estaba en un momento personal donde tenía que decidir en qué iba a confiar ahora. Mi cabeza estaba muy dividida entre mente y espíritu y ya había venido acá buscando otras respuestas. Ella estaba en Argentina, en su consultorio de Retiro en el diván. Yo estaba en acá envuelta en una pashmina india hablando de coincidencias y energías mientras trataba de huir de un mono que intentaba robarme el bolso.

Ella también me había acompañado en esta decisión, que parecía que nunca iba a hacerse realidad pero sí se hizo. Ahora me estaba viendo hacerlo…acá sentadita en un Ashram vestida con ropa hindú, llorando igual que antes pero ahora en India y un poco más orgullosa de mi misma. Había tomado una decisión, una grande. Había dado el paso y aunque estaba en pleno tormento, me había movido unos pasos más allá del infierno que venía viviendo. Noches en vela tratando de remontar una relación que hacía mucho me estaba destrozando. Madrugadas de esperar que Joan volviera a casa. Miradas extrañas, energías, celos y yo ahí viéndolo todo sin poder hacer nada, como una estatua, diminuta y desolada. Hoy estaba en otro lado. Mi alma me aplaudía, al fin se sentía libre, pero mi cuerpo sufría y mi mente tenía mucho miedo. Pero a eso había venido, a enfrentar mis miedos cara a cara, porque aunque estaba cagada de miedo aun soy una guerrera.

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Los primeros días fueron difíciles. Físicamente estaba ahí pero yo aún seguía viviendo adentro de mi mente. Como cuesta soltar. Creerte superpoderosa también le da a una demasiada responsabilidad y grandes cuotas de estrés, y ahí continuaba atrapada. Mi vibra seguía siendo horrible, como cuando estás en un lugar sin querer estarlo. Yo lo notaba y el resto también. Casi no hablaba con nadie. Iba con mi cabeza agachada y mi preocupación constante, mirando solo el radio que eso me permitía, o sea, solo a mi misma.

Gulnara, la chica rusodanesa me había dicho que la comida era alucinante. La comida alucinante era chapati con arroz blanco y verduras. Muchas verduras cocidas estilo guiso, pero verduras al fin y muchos chapati apilados en una bandeja. Cada uno de nosotros pasaba por la cocina y se servía poniendo un poco de todo en los compartimentos de una bandejita de metal. Como en las películas de cárcel, escuelas secundarias yankees y Ashram,-de las tres la mejor opción-. Comíamos en un cuartito pequeño solo nosotros 5, el monje de la sonrisa grande e Indu, nuestra profesora de Yoga.

–Mmmm… ¡¡amo el chapati!!– decía Gulnara en cada comida mientras los cocineros venían a apilar más chapatis a la bandeja. Yo no entendía si hablaba en serio o estaba siendo sarcástica. Por supuesto no estaba siendo sarcástica, estábamos dentro de un retiro almorzando con monjes, no podía serlo. Me fastidiaba como seguía venerando un poco de agua con harina en forma de círculo.

-¡Por dios Gulnara, es harina y agua! ¡Me dijiste que la comida era alucinante! ¿Qué pasa con vos? ¿Nunca fuiste a Italia?– quería gritárselo bien fuerte, pero solo me limitaba a mirarla con indiferencia como a todo lo que pasaba por ese momento a mi alrededor. Me estaba convirtiendo en la difícil del grupo.

Después de almorzar teníamos la clase de Filosofía del Yoga, también en inglés, también con la misma monja. Me costaba bastante entender. Primero su inglés y después la complejidad de lo que estaba tratando de decir. Solo quería irme a mi cuarto y quizás llorar un poco más-, así que eso hice. Agarre mi pulsera santa, un hilito de cuero con muchas medallitas de la Virgen de Luján que me regaló mi viejo hace mucho tiempo. Siempre me la pongo cuando las cosas se pone difíciles y así me duermo, pensando que mañana va a ser mejor- como un osito de peluche. Eso es lo que hacía unos meses antes en Copenhague cuando la ansiedad y el insomnio me saludaban por las noches, mientras trataba que un poco de humo de cigarrillo entrando a mis pulmones lo calme todo, pero aun lo empeoraba. Aunque no soy cristiana esa pulsera me daba paz, no porque yo sea religiosa sino porque me la dio mi viejo y en él si creía. Así que el ritual por las noches era agarrar mis piedras, mis dos cuarzos gigantes y ponerlos en el pecho y así me iba a dormir, rogando que mañana todo se acomode y pase algún puto milagro que me haga querer estar acá.

Había armado mi altar de meditación con una estatua pequeña de Ganesha, un cuenco tibetano que había comprado y unas flores de Santa Rita que había encontrado en el piso del jardín. Cada noche antes de acostarme me tomaba un tiempo para meditar como me había dicho el monje. Creo que ahí me volví creyente.

Estaba sola y ahora aún más sola, más aislada y más aún conmigo misma. Seguía fingiendo con mi madre que me llamaba contándome de los festejos en Argentina, las juntadas navideñas en familia y los problemas económicos del país mientras yo sonreía y hacía fuerza para aguantar mi angustia, para que las lágrimas salieran solo cuando apretaba el off del teléfono. De todas maneras no lo entendería, no entendería nada de lo que me pasaba hace unos meses. Ni siquiera yo lo entendía. Cada llamada me rompía el pecho un poco más y me traía más dudas, más culpa y más desolación. -¿Que estoy haciendo en este cuarto de mierda, con un libro en sánscrito en las manos sintiéndome Julia Roberts en la película Comer, rezar, amar en plena vísperas de la Navidad? No lo soy. ¿Qué estoy haciendo acá? Y le hablaba a Dios, al universo, a Ganesha y a quien hiciera falta.

-Por favor, necesito ayuda, necesito claridad, necesito paz. Lo estoy intentando, estoy haciendo lo mejor que puedo. Por favor, necesito ayuda. Y entre lágrimas y la soledad de la verdadera, donde nadie más que vos puede entender lo que sentís o por lo menos eso crees, me dormía un par de horas, hasta que el despertador volvía a sonar a las 5.30 am.