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1 ~ Introducción: ¿Cómo llegue a esto?



Me voy a India. Ya compré mi boleto.

Después de días y noches de reflexiones incansables y momentos de ansiedad, dudas, caos e inestabilidad. Todavía puedo ver esos días oscuros en Copenhague que me empujaron suave y dolorosamente, como un pequeño río que se va a desbordar a tomar la decisión, quizás una de las decisiones más difíciles de mi vida.

Sabía lo que se me ponía en juego en este viaje. Dentro de mí estaba peleando una batalla que tenía varios años dentro mío. Necesitaba volver a mí, me sentía perdida. Estaba buscando sentidos. Seguía buscando sentidos. Necesito encontrarme a mi misma” Mi psicóloga me decía que no entendía qué significaba eso. Yo tampoco.

Hacía 4 años me había ido de mi casa en Argentina. Siempre había querido irme a vivir a un pueblo pequeño en medio de la montaña. Cada vez que viajaba por las rutas de mi país pensaba como había hecho esa gente para terminar viviendo ahí. Era una idea recurrente , pero nunca había tomado el coraje. En cambio de eso surgió una idea de viajar a Europa, a ir a vivir a un país que ni siquiera sabía donde quedaba en el mapa. Ese fue el primer salto. Cagada de miedo y con muchas incertidumbres, desmantele mi casa, vendí casi todo lo que tenía y me fui a buscar eso que siempre había querido: la experiencia de vivir en otro lugar.

Los primeros meses fueron hermosos, todas cosas nuevas. Después me enamoré. Eso siempre hace las cosas complejas. No supimos manejarlo.

Después de 2 años volví a Argentina bastante deshecha de amor. Me recupere y después de un breve lapso volví a irme, y volví a volver, de donde me había ido. Volví a Dinamarca, a reivindicarme como una guerrera. No me había ido en buenos términos, así que yo y mi ego testarudo necesitaron arreglarlo y regresaron por un segundo round, a jugársela de nuevo. En principio era por mí, y luego fue por ambos por supuesto -que en realidad también era por mí y para sanar a mi ego que había sido lastimado-. Me rearme muy exitosamente, personal y profesionalmente. Resurgí como un fénix, y por supuesto, después de un tiempo volvimos a encontrarnos y volvimos a intentar estar juntos y volvimos a fallar…

La segunda vez fue más dolorosa que la primera (¡y verdaderamente la primera ya podría haber sido un buen aprendizaje!). La segunda vez, como todas segundas partes, fue más compleja, me dejó más desecha, más oscura y más enojada. Supe correrme en el momento correcto, no sin haber sufrido lo necesario como para darme cuenta que no estaba nada bien ahí. Estaba dándolo todo pero mal y mi cuerpo empezó a mostrarlo poco a poco. No comía bien, no dormía bien, ni vivía bien tampoco. Mis sesiones con mi psicóloga se habían vuelto monotemáticas. Sabía lo que tenía que hacer, pero no podía hacerlo. Nunca había vivenciado eso de una forma tan fuerte. Veía todo lo que pasaba con una película, pero no podía correrme del infierno que vivía en mi mente.

Aún sigo sin entender esta historia. Si fue el amor más grande de mi vida o la mayor obsesión de mi ego. No puedo responder, simplemente no puedo ver ahí. Es como si mi corazón hubiera cerrado la puerta pero hubiera dejado adentro un lío inmenso al que no pude encontrarle explicación. Por suerte ya dejé de buscarla, pero aun tengo la llave y ese departamento todavía está a mi nombre.

Cerré con llave y me alejé, como quien ve una cucaracha voladora enorme en un cuarto pequeño y toma la solución más inteligente: caminar hacia la salida sin dejar de mirarla, cerrar la puerta, salir corriendo y poner una bomba en la casa que lo vuele todo. Nadie puede contra una cucaracha voladora, tiene todos los poderes juntos, es como un superhéroe del mal. De la misma manera salí corriendo de mi cucaracha voladora, que en realidad era puro amor, solo que no sabíamos cómo hacerlo juntos. Esta vez sin tono de huida. Era una pelea propia. Volver a Argentina, a “casa”, era una solución reconfortante, pero no iba a darme las respuestas que necesitaba. Ya lo había hecho, no había funcionado. Me hacía falta algo más fuerte, algo con efecto de choque, como un electroshock.  Hacía mucho tiempo que no estaba siendo feliz. Que pregunta grande la felicidad ¿no? 

Unos días atrás había hablado con unos hombres que podían hablar con las almas (“las muertas y las vivas también!”- me dijo mi amiga). Ellos sanaban los linajes familiares. Me preguntaron qué me hacía feliz. Me encontré en blanco, no supe qué responder.

Estás complicada- me dijeron. –¡Gracias! ¿en serio?– eso ya lo sabía. Tendrías que ponerte esa pregunta en frente del espejo todos los días hasta que la respondas.

Eso también lo sabía. Como si fuera tan fácil… como si todos lo supieran. Como si fuera solo poner un papel en la heladera que te recuerde lo que tenes que hacer y simplemente hacerlo. Quizás así habría menos psicólogos y más vendedores de heladeras. Yo estaba en un momento de mi vida que ni siquiera podía ver la heladera.

Ahí es cuando India entra en el juego. Tirada en la cama sola, en un cuarto que no era el mío, pensando en que si no puedo encontrarle una respuesta al amor ni a lo que verdaderamente quiero en la vida, siempre tengo la posibilidad de irme sola al culo del mundo y probar algo más drástico. Cuando ya te sientes lo suficientemente en la mierda es imposible cagarla más.

India era una respuesta fácil, predecible. El lugar donde las almas perdidas van en búsqueda de sentidos y espiritualidad que los devuelvan a la vida. A buscar respuestas o a patear el tablero. En mi caso eran ambas. Algo que me haga poder sentir de nuevo, porque me sentía anestesiada. Algo que me devuelva a la vida, porque ya no tenía idea de como hacerlo…

Desde que apareció en mi mente la idea de ir a India, todo empezó a conspirar, organizarse y confluir energéticamente para que tomara ese camino. El universo empezó a mandarme señales sin descanso. Mensajes, energías, desequilibrios, pérdidas, conexiones, finales. De repente todas las cosas que había construido en Copenhague empezaban a caerse una por una. Mi pareja, mis trabajos, mi salud, mi estabilidad mental.

No quería irme, pero había una fuerza que me empujaba suave pero firmemente a moverme, podía sentirla. Como un papá que alienta a su hijx por la espalda para saltar del trampolín, mientras le da palmaditas que lo acercan al precipicio. Una voz dentro mío me lo decía como un susurro, bajito y claramente: - Tenés que hacerlo. Tu Buen Karma, me dirán los indios tiempo después.

Dejarlo todo e irme a India a "encontrarme conmigo misma" me parecía una locura. No quería hacerlo, pero a esta altura nadar contra la corriente también se me estaba volviendo agotador. Quería despertarme de esto como uno se despierta de un mal sueño, tirarme en la cama y mirar Netflix sin muchas más preocupaciones existenciales. Pero ya no sabía cómo volver a eso.

Creo en la energía. No podía ni quería ignorarla, pero me aferraba a cada segundo de mi antigua vida en Copenhague como un tipo sediento se aferra a las últimas gotas de agua en medio del desierto. Sabe que todo está mal, que el agua se va a terminar en algún momento pero no importa por ese microsegundo que dure el trago. Está muy asustado para tomar el camino de lo incierto.

Así estaba yo. Pero además de miedo tengo coraje y compré el boleto. Un ticket solo de ida. No tenía idea de lo que podía pasar allá. El momento se acercaba rápido. No tenía más tiempo. Una de las decisiones más importantes de mi vida se me venía encima.





Viví más de 6 meses en India y 3 más en Asia. Y luego volví, a India, claro. Acá va un poco de lo que fue ese aprendizaje increíble en la tierra de los mil dioses, al cual agradezco infinitamente


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