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0 ~ Orígenes: La argentina que escapó de Dinamarca a India.



¿Por dónde empezar? Siempre dicen que por el principio ¿no? ¿Principio o final? Depende desde donde lo mires, como todo.


Hoy puedo mirarlo con lentes de corazones color rosa, pero cuando todo arranco no podía ver nada más a que a mi misma echa un ovillo en una cama, por noches que se sentían eternas, que a veces también se volvían días. Un ovillo de miedos, desolación y ganas de estar viviendo en una puta película que se pueda apagar desde un control remoto, cualquier cosa pero no mi propia vida. Esas ganas de despertar de un mal sueño que ya se me había hecho demasiado carne, pero que aún se seguía sintiendo como una locura. La ajenidad de estar en una encrucijada que no se vivía como propia. Esa sensación de ser testigo, porque tu propia vida se te escurre de las manos demasiado rápido como para recalcular. Querer extirparme la mente, las preguntas y la angustia que me desbordaba. Querer estar en cualquier otro lugar que no sea mi propio cuerpo. Pero ya ven, todo tiene un comienzo y un final y acá estaban ambos.



¿Quién soy?

Muchas cosas. Podría decir que fui y soy una viajera del mundo, joven pero con alma vieja. Una psicóloga, una artesana, una viajera, una música, una docente, una mujer, una hija y luego de India, una yogui y una escritora. Me gusta la palabra buscadora. Podría decir que cada una de esas partes forjaron desde chica una sensibilidad particular, una mirada y una búsqueda constante por mi verdadero ser, que me llevaron a emprender esta decisión con miedo pero también con valentía.

Podría decir muchas cosas, pero para lo que compete a estos escritos y ubicarlos a ustedes y a mi misma en el tiempo, empezaría diciendo que soy una mujer que se fue de su casa en Argentina para hacer de una vez por todas lo que siempre había querido: cumplir su sueño de vivir en otro lugar que no sea el cemento de Buenos Aires, la ciudad de la furia donde había nacido. Esa mujer amaba viajar. Cada vez que recorría las rutas argentinas con su mochila a cuestas,  soñaba con quedarse a vivir en alguno de esos pueblitos remotos con paisajes increíbles. Era un sueño recurrente, pero nunca se había animado. Cuando su padre murió se animó a volar y a dejarlo todo. Con unas amigas surgió la idea de viajar al exterior. Para cuando se dio cuenta, llevaba 4 años viviendo en las tierras nórdicas de Dinamarca, con un clima, una cultura y una lengua completamente diferente. Esa mujer aprendió a viajar sola, a estar lejos de casa, a sortear dificultades y a trabajar de muchas cosas que no eran su profesión de psicóloga. Hasta que finalmente cuando por fin la alcanzó, se dio cuenta que la felicidad real tampoco estaba en ahí. Ni ahí, ni en su última relación de 4 años de amor, de idas y vueltas que la habían dejado deshecha y que venía fracasando al mismo tiempo que la consumía lentamente. Ni ahí ni en vivir en otro país, ni en caminar por calles de película ni en paisajes increíbles. Ni ahí ni en ningún lado. El  punto importante es que se venía dando cuenta que la felicidad ya no estaba en su vida y que quizás hacía mucho que ya no estaba. Y casi como un baldazo de agua fría, tomó la decisión de pegar el volantazo más grande y  aterrador que nunca hubiera pensado: decidió por primera vez soltar el control, ese control errado que dominaba bien pero que ya no la estaba llevando a lugares felices. Y después de 34 años de construir cierta “identidad”, otra vez, tuvo que abrir los ojos hacia adentro y darle lugar a lo que no quería: enfrentar que en su interior las cosas no iban nada bien y que su vida se le estaba escapando de las manos. Que ya no era quien era y que su cuerpo, su apetito, su sueño y su estabilidad mental se lo estaban mostrando hacía rato. Tenía que hacer algo, pero ya no sabía ni por dónde empezar.

Para agregarle dificultad a las cosas apareció una idea, que se había convertido en un plan de escape: irse a India sola, por tiempo indeterminado. Necesitaba encontrar verdades. Como un electroshock y un cachetazo en la cara al mismo tiempo. A solucionarlo todo de una vez por todas y a patear el tablero. Necesitaba ambas.  Y sin demasiada claridad, ni fuerza ni timing, dejo sus cosas en una valija en un sótano y se fue dejando todo “arreglado” como si no volviese más, con un pasaje solo de ida en una mano, la renuncia a su antigua vida en la otra y un secreto: no pudo decirle a nadie de esta decisión, ni siquiera a su madre, que era su familia entera. Por un lado, creo que de alguna manera se sentía avergonzada. ¿Aún se seguía buscando? Por el otro, era demasiado arriesgado. Su madre estaba demasiado asustada y ella también. No tenía un plan certero y esta cuenta era bien propia y bien pesada, así que tenía que cargarsela a su propio costo. ¡Y espera! La parte más graciosa es que en realidad ella ni siquiera quería ir a India realmente, pero su alma ya se había disociado de sí misma sin que ella lo supiera. Había conectado con fuerzas más grandes y más poderosas que su mente. Ella no lo sabía, pero su cuerpo ya le quedaba chico. Estaba tan aterrada, enojada y desolada como jamás lo había estado en su vida, pero el llamado fue tan real que no pudo evitarlo, porque esa hubiera sido la traición más grande a si misma que jamás se hubiera perdonado. Y aunque estaba cagada de miedo y completamente frágil, seguía siendo una guerrera y se entregó a confiar en su intuición.



Paradojicamente, esa forma de batalla era una que nunca había peleado. Era todo lo contrario a lo que siempre había hecho: se parecía mas a simplemente dejar de luchar y soltar el control. Era una rendición, pero en un sentido de la palabra que le era nuevo. Lo que no nos enseñan las madres ni la sociedad. Que no todas las peleas se ganan con espada y sangre. Que a veces hay que correrse del campo de batalla cuando la pelea no es la correcta y soltarla, aunque esa haya sido la misma pelea que nos ha sostenido en pie por tanto tiempo. Y retirarnos, con el amor necesario para poder ver el otro camino que se abre, que quizás no es el que queríamos pero probablemente es el que nos corresponde y el que necesitamos. Rendirse a esa obstinación que nos hizo esclavos y abrir otra puerta. Ahí estaba su desafío.

Así que esa mujer asustada decidió confiar en las señales que estaba recibiendo, que empezaron a ser muchas. Realmente podía sentir bien adentro suyo que una fuerza la estaba empujando a moverse en esa dirección, una que no quería pero que podía comprender. Universo, Dios, destino, el espíritu de su padre, su propia alma, o todo eso junto. Entonces voló a India, el único lugar donde ella sentía que podía darle nuevas respuestas y alguna verdad que la devolviera al camino. A algún camino, porque se sentía completamente perdida. Y saltó, solo saltó… pero está vez, en vez de solo caer, empezó a volar.


A través de mis escritos comparto la historia de viaje de esa mujer, que soy yo misma.  Comparto mi “Salto al vacío”, que en mi caso inició- o culminó- con ese viaje a India, pero no creo esté mucho más alejado de todos esos saltos, pequeños o grandes, que muchos de nosotros atravesamos alguna vez en la vida. Esos que te ponen en una gran encrucijada, en ese lugar de vacío de respuestas, en esa soledad tan propia que aterra aunque estés acompañado. Esos desafíos y aprendizajes que nos llevan a los crecimientos más profundos que encontramos en nuestra vida. En cada historia personal los elementos serán distintos, tendrán otros nombres y formas, pero seguramente nos lleven al mismo desenlace: transitarlos, con la valentía suficiente para encontrar ahí la propia verdad y dejar surgir nuestra singularidad, nuestro verdadero camino y la paz que estamos buscando.

Preguntas, mandatos, desafíos, karmas y un proceso de liberación que estoy segura tendrán eco en quienes lo lean, ya que no son más que las preguntas que todos nos hacemos en este viaje que es la vida. 

Llenos de miedo a veces, guerreros espartanos en otras y con las vicisitudes de los términos medios que probablemente sea ahí donde se genera el aprendizaje, seguimos caminando porque tenemos fe en que hay algo más. Cada quien pondrá ahí lo que su corazón sienta, pero que hermoso permitirnos sentir.

Los miedos compartidos con otros son menos extraños, se vuelven más amables y menos monstruosos. La complicidad de no estar solos en esos dolores nos permite reírnos un poco de ellos y liberarlos detrás de esa máscara donde los encerramos. Tal vez, en algún momento, ya no necesitemos más máscaras que oculten lo que no es necesario ocultar.




Ojala mis líneas puedan acompañarte en tus propios procesos para aprender a sentirnos menos solos en esas búsquedas. Gracias por brindarme tus ojos para acompañarte por un rato y gracias por acompañarme con ellos también a mí. Abrir la sensibilidad que nos habita para hacernos eco, validarnos en esas búsquedas y descubrir juntos nuevos caminos posibles. Caminar en tribu siempre es más enriquecedor. Nos permite armar redes que nos conecten pero también que nos sostengan. Darnos cuenta que en realidad no estamos tan solos y que somos mucho más fuerte de lo que pensamos


Viví 6 meses en India y 3 más en Asia. Y luego de eso, volví. A India, claro.

En estos escritos que serán parte de un libro, comparto con mucho amor el principio de esta historia y cómo empezó todo. Ojala disfruten el viaje tanto como yo ahora. Namaste.



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